Lo del chorro-morro se llamaba en muchos sitios churro, media manga, manga entera porque era lo que el primer agachado tenía que adivinar si es que conseguían mantener el equilibrio con todos los demás encima. El premio consistía en intercambia los papeles y pasar de saltado a saltador.
Y grandes tardes jugando a policías y ladrones.
Lo de la tiza en el suelo se llamaba en algunos sitios rayuela, pero según el diseño también "el avión" y otras cosas.
Y las carreras de chapas por circuitos trazados con las dos manos por la arena eran competidísimas, ríete de los scalextric.
Yo es que tuve una infancia mixta alternando entre Madrid, capitales (que se denominaban "de provincias") y zonas rurales y ahí se notaba mucho las grandes diferencias existentes en un país aún en recuperación y menos uniformado por la falta o escasez de medios de comunicación social masivos.
En los pueblos aún algunos recordarán los días de mercado con sus cambalaches de productos y los tratantes cerrando los negocios con un apretón de manos.
Las mañanas desgranando guisante bajo una atenta supervisión para que no te comieras demasiados y el trabajo aburridísimo de quitarle las piedrecitas a las lentejas.
Muchas mañanas también tocaba ir a buscar los huevos que las gallinas escondían entre la paja del pajar o las vueltas interminables e irrepetibles en el trillo en la era, el mejor tiovivo en el que he montado nunca.
Y la llegada del "Circo Chino de Manolita Chen" que era un circo muy raro ya que no nos dejaban entrar a los pequeños
y solo solían asistir hombres que se empezaban a poner nerviosos en cuanto aparecían los primeros carteles con una Manolita que debía ser de una zona de China cerca de Albacete.
Y los chicles Bazooka (los había de chocolate) y eran enormes y luego las chocolatinas Vitacal en el mismo kiosco junto al Capitán Trueno, el Jabato, el Guerrero del Antifaz y los cucuruchos de pipas de papel de periódico y un señor que pasaba con unas piruletas rojas sobre un armazón de madera o el afilador con su carro de una rueda adaptado posteriormente a bicicleta y a moto pero siempre con su flauta de pan.
Y por supuesto la perrita Marilín y Pedrito Corchea y topo Gigio.
Y los inolvidables (literalmente) viajes en 600 con cinco o seis de familia y la baca a tope por las interminables estepas durante seis o siete horas con atención a la gasolina, que no había tantas estaciones de servicio, el repuesto de la correa que se rompía cada tantos kilómetros y mucha atención al radiador que gastaban más agua que gasolina mientras veías a esas segadoras trabajando en los campos cubiertas de siete capas de ropa, pañuelo y sombrero de paja enorme para no quemarse con el sol que, entre otras cosas, estar moreno estaba considerado de campesinos.