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Tema: Cuéntame... aquellos maravillosos años

  1. #1
    Veteran@ en el foro Avatar de Liberyd
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    01 abr, 09
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    Predeterminado Cuéntame... aquellos maravillosos años

    He terminado de leer Roseanna, novela policiaca cuya acción transcurre en Suecia entre 1964 y 1965. En determinado momento, los policías suecos reciben una llamada desde Estados Unidos:

    Antes de que les diera tiempo a decir nada, sonó el teléfono. Era la centralita.
    —La central telefónica avisa de una llamada desde Estados Unidos. Llegará dentro de unos treinta minutos. ¿Puede contestar entonces?
    ¿Un aviso de conferencia telefónica en treinta minutos? ¿Verdad que hoy en día resulta inimaginable? Ahora cualquiera puede entrar a una tienda de telefonía y salir en menos que canta un gallo con un teléfono móvil y su correspondiente línea, sin esperas. Y es que el mundo ha cambiado tanto y tan deprisa en pocas décadas, que yo me sentí muy vieja por acordarme de aquellos tiempos en los que no todo el mundo tenía teléfono (ni muchas otras cosas, claro).

    Ahí van algunos de los recuerdos de mi primera infancia, a mediados de los años 60:

    El teléfono: Un aparato que no había en todas las casas, y que servía principalmente para dar recados. A veces venía algún vecino a pedir el favor de que le dejaran hacer una llamada urgente. En mi casa estaba colgado en el pasillo, lejos de mi alcance, y a veces me cogían en brazos y me dejaban descolgar el auricular o marcar los números en el dial (nunca las dos cosas al mismo tiempo). Los aparatos eran negros y pesaban mucho. Después los modernizaron y los hicieron más manejables y de color gris. Y tardaban una eternidad en darte la línea. Nosotros nos mudamos de casa en mayo del 69, y el teléfono nos lo instalaron en septiembre (justo el día de la boda de uno de mis tíos, a mi madre casi le dio algo cuando vio aparecer al empleado de Telefónica).

    La televisión: No en todas las casas había, y en las que sí, era en blanco y negro y solamente había un canal. Cuando apareció el segundo, conocido familiarmente como “el UHF”, como los televisores no estaban preparados para sintonizarlo, y era de todo punto impensable –y económicamente imposible– comprar un televisor nuevo, en mi casa pusieron un aparato que parecía una radio y estaba colocado debajo del televisor. La programación tenía un horario: empezaba más o menos a mediodía con un telediario, y a la hora de la siesta se interrumpía, hasta que empezaba la programación infantil. Y tras el telediario de la noche, había la “despedida y cierre”, ponían el himno nacional, y cortaban la emisión hasta el día siguiente.
    Cuando había algún acontecimiento importante (partido de fútbol, corrida de toros, festival de Eurovisión, por poner algunos ejemplos), los familiares y vecinos menos afortunados que no tenían televisor, venían a casa a ver la tele.

    Los electrodomésticos: La lavadora (si la había) no era automática. Recuerdo vagamente una especie de bidón con patas, una goma de desagüe y unos rodillos en la parte superior, para escurrir la ropa. Los que no se podían permitir ese lujo, lavaban la ropa en la pila (en aquel entonces las pilas eran muy grandes, o al menos así me lo parecían a mí, que me bañaban en ella). Tampoco había frigoríficos. En mi casa teníamos una nevera a la que había que meterle hielo para mantener fríos los alimentos. Tengo un recuerdo muy vivo de haber ido con mis tíos a la fábrica de hielo, donde agarraban con un garfio unas enormes barras de hielo, te partían un pedazo y te lo echaban en el cubo que llevabas a esos efectos. Después había que volver corriendo a casa para evitar que el hielo se derritiera por el camino. Supongo que a mis tíos no les haría mucha gracia ir a toda velocidad con un cubo lleno de hielo en una mano y arrastrando a la renacuaja de su sobrina con la otra... En la cocina, debajo de la ventana, había una fresquera, que era un armario cuyo fondo era una rejilla que daba al patio. En invierno sí debía ser “fresquera”; en verano, supongo que no tanto. El aspirador, sabíamos de su existencia porque lo habíamos visto en las películas de la tele. La cocina de mi casa era de gas, pero había mucha gente que tenía cocina de carbón e iba a comprar carbón y astillas de madera a la carbonería (había una en la calle donde yo vivía).

    La comida: Como no había donde conservar las cosas, teníamos que hacer la compra a diario. Los supermercados, al menos en mi barrio, no existían. La compra se hacía en el mercado (mi abuela lo llamaba “la plaza”) y en las tiendas de ultramarinos, lecherías, hueverías, droguerías, carnicerías, pescaderías y otros establecimientos acabados en "ías". No existían los envases desechables, los líquidos los vendían en botellas de cristal que te cobraban y, una vez vacías, había que llevar a la tienda para cambiarlas por otras llenas o que te devolvieran el dinero. La mayor parte de los alimentos se vendían a granel. El aceite lo embotellaban directamente en la aceitera que llevabas de casa, y lo hacían con unas máquinas en las que se veía subir una enorme pompa de aire a medida que se llenaba la botella (me encantaba verlo y oír el gluglú del aceite). Los fideos y los macarrones no venían en paquetes, sino que los vendían sueltos (los fideos en una especie de nidos, los macarrones en unas varas largas que había que partir antes de cocerlos). Los yogures (naturales, por supuesto, no había de otros) se compraban en la farmacia, y solamente cuando alguien de la familia tenía la tripa mala. Y de bolsas de plástico, nada de nada. Los cubos de basura se forraban con papel de periódico, y a la compra se iba con la propia bolsa y, si eras pudiente, con un carrito. En los grandes almacenes (léase SEPU, El Corte Inglés y Galerías Preciados, a los que íbamos muy de tarde en tarde) las compras te las envolvían en papel. Mi madre y mi abuela tenían unas bolsas de punto de red que, vacías, se encogían mucho y abultaban muy poco para poder llevarlas en el bolso, pero se estiraban muchísimo para meter los paquetes más grandes.

    ¿Alguien se anima a contar cosas de sus años de infancia?

  2. #2
    Veteran@ en el foro Avatar de Faisanes
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    ¡Jo, qué hilo has abierto! Nostalgia... Niñez, paz...

    Si me liara, llenaría bien de planas.

    Añadir que, cuando dices lo de Comida, no mencionas las neveras; quizás donde vivías, no había fábricas de hielo, las cuales me figuro que habría sólo en las grandes ciudades. En el barrio Centro de Madrid, había muchas de estas fábricas; en una, por la zona de la plaza de Dos de Mayo, me dejaban entrar y no dejaba de asombrarme, ver un lugar donde fabricaban hielo, y tanto hielo.

    Las neveras eran parecidas a los actuales frigoriíficos/congeladores, aunque de estructura normalmente (quiero recordar) de madera, pintadas de blanco como las de hoy (por eso las seguimos llamando neveras ). Ibas (los niños creciditos, claro) con una red (de las que tú hablas también), comprabas media o un cuarto de barra de hielo. Volvías a casa, e ibas dejando un reguero bien de gotas o un chorrito de agua, hasta que llegabas a tu hogar; allí se metía el hielo en el espacio preparado para ello, arriba; el cierre era sólido, hermético. Media barra duraba bien hasta un día; con un cuarto, apenas llegaba... ¡Qué tiempos!

    Otra cosa que me has recordado, con lo de cómo se sacaba a la calle la basura (como tú cuentas), es que los basureros la recogían en carros de mulas o caballos; lo hacían a primera hora de la noche... Tenían fama de ricos, los basureros. Vivían en casas de efímera arquitectura, paralelos al cementerio de la Almudena; todos tenían cerdos bien cebados, que vendían cuando pintaba bien. Hablando de cerdos...

    ¿Y las lecherías? En Madrid había lecherías (casi la totalidad) que en su trastienda tenían el establo de las vacas (todas o casi todas, pobres y tristes animales, estaban tuberculosas; eso fue el empujón para prohibirlas, con lo que poco a poco desaparecieron del casco urbano; pero aguantaron las últimas hasta quizás los años setenta)... Cuando era yo un crío, en la más cercana a mi casa, había leche ¡de dos precios! (la buena y la mala), esto es: Con una parte de agua, o sin agua. Tenías que llevar tu recipiente, la lechera o la lecherita, según su capacidad; recuerdo que a veces iba con el recipiente pequeño (y abollado) de aluminio, y compraba cuarto y mitad, de leche.

    No había panificadoras industriales. Hoy sólo hay despachos de pan, que entonces era algo distinto, aunque alguno había, como sucursal de la panadería, la cual no solía estar lejos (llevaban el pan de uno a otro sitio con un triciclo). La panadería era donde se hacía el pan; encendían el horno con jara, y esa zona del centro urbano, en un círculo con su eje en la chimenea de la panadería, olía a gloria.

    Había churrerías, bien de ellas (también olían muy bien ); además, tenían empleados que, con un carrito forrado de zinc, se colocaban en lugares estratégicos, vendiendo churros y porras tan calientes como en la churrería. La churrera (solían ser mujeres) de al lado de mi casa, los ensartaba en juncos (el carro tenía un lugar para llevar un manojo de ellos), con una maestría y elegancia que me asombraba también, tanto como las fábricas de hielo.

    Un saludo.
    -La cultura es el poso que resta, luego de olvidar cuanto leímos, cuanto aprendimos.

    -No hay recuerdo que el tiempo no borre ni pena que la muerte no acabe. Miguel de Cervantes.

    http://www.amazon.es/Kami-Cami-Fernando-Sanchez-Esteban/dp/1453720553/ref=sr_1_6?ie=UTF8&qid=1359627083&sr=8-6

  3. #3
    Veteran@ en el foro Avatar de Duir
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    Predeterminado

    Pues si la lavadora Hoover.

    También los primeros frigoríficos eléctricos fueron de esa marca, redondeados, enormes por fuera y pequeños por dentro. En la ventana de la cocina había habitualmente una fresquera, la parte de abajo hacia el exterior tenía una malla tupida y al interior una puertecita.
    Las fábricas de hielo con ese olor permanente a amoniaco.
    También vendían el vinagre a granel y siempre le pegaba un traguito a la botella que por cierto en las tiendas "finas" lavaban con una fuentecita que ponías la botella boca abajo y apretabas para que saliera agua.
    Y las cocinas de carbón. con su depósito enorme encima para el agua caliente y esas calderas de carbón para el resto de la calefacción de la casa. En la cocina no hacía falta calefacción, cuando tocaba cocido o alubias (muy a menudo) la cocina se encendía a la 8 de la mañana para dar tiempo a las cuatro o cinco horas de cocinado.
    Y qué bonito era cuando te descuidabas con el cueceleches y rebosaba todo de golpe y se quemaba encima de las placas de hierro, ya tocaba darles una pasada con la piedra.
    El chocolate se vendía a granel por libras, medias libras u onzas.
    Y llegó el yogur con sus tarritos de cristal y su papel en la tapa.
    El primer televisor que vi era un Phillips. Fuímos toda la familia a comprarlo en procesión con mi abuelo. Luego un camión lo llevó a casa con un técnico que lo enchufó y se paso un rato grande moviendo los cuernos de las antenas. Pantalla casi redonda y mueble con dos puertas del tamaño de una nevera pequeña.
    El primero de mi casa, algún tiempo después fue un Iberia. En el barrio era el único que tenía y me salían amigos a montones aunque sólo veía los programas infantiles de la tarde de los miércoles en especial los documentales Expedición y los dibujos animados (antes los miércoles por la tarde no había cole, los sábados por la tarde tampoco pero por la mañana sí). Mas adelante Los chiripitiflaúticos hicieron furor.
    Los domingos por la mañana había series del oeste super chulas (Bronco, Sugarfoot, Cheyenne)
    Pero había grandes alternativas como la peonza, el gua, las tapas, el clavo y en ocasiones ir a tirarle piedras a los de la otra calle.

  4. #4
    Veteran@ en el foro Avatar de Liberyd
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    Faisanes, Duir:

    Sabía yo que a vosotros dos os iba a encantar este tema

    Faisanes, sí que menciono las neveras, pero en el capítulo de los electrodomésticos. En mi casa no estaba en la cocina, sino en el comedor, justo debajo de la tele. ¿Queréis verlo? Pues ahí va:


    Archivo adjunto 2333
    Esta soy yo, calculo que hace unos cuarenta y seis años. Y sí que había una fábrica de hielo por mi barrio, pero Duir, yo no recuerdo lo del olor a amoniaco (afortunadamente).

    Al lado de mi portal había una lechería, pero no había vacas. Mi madre, que vivió en esa casa desde su infancia, tampoco las recuerda. Era época de escasez y las vacas ni siquiera eran flacas: eran inexistentes. Mi madre dice que en la lechería, a falta de lácteos que vender, era donde cambiaban los tebeos del Guerrero del antifaz y demás héroes.

    En la esquina de la calle donde estaba mi colegio había una pastelería, famosa en el barrio por sus deliciosas ensaimadas. Tenían el horno a pie de calle, y en verano tenían la puerta abierta. A los chiquillos nos encantaba asomarnos a la puerta para ver cómo hacían las ensaimadas y los cruasanes. El olor era simplemente celestial. Creo que nunca he vuelto a oler algo tan sublime como aquello

    También en mi misma calle, más o menos enfrente de donde estaba la carbonería, había una churrería y fábrica de patatas fritas. Yo no recuerdo haber visto a los vendedores con los carritos, pero sí los churros, que eran de lazo, ensartados en el junco verde. Y qué ricos estaban.

    Yo no me acuerdo de lo del vinagre a granel, pero sí de la colonia (a la que alguna vez también le di un traguito). Bajabas a la droguería con un frasco y el dependiente medía la colonia con un tubo graduado y te la echaba en el frasco con un embudo. En esa misma droguería era donde cogían los puntos a las medias que se les hacían carreras.

    Tampoco recuerdo haber comprado el chocolate a granel, aunque sí la medida de libra, media libra y onza. En casa compraban La Campana de Elgorriaga, creo recordar que venía envuelto en un papel amarillo.

    No me acuerdo de que no hubiera cole los miércoles por la tarde, pero sí de haber ido los sábados por la mañana. Y de los programas infantiles de la tele, había uno que se llamaba Jardilín, o algo parecido, siendo yo muy pequeña, y también estaban las marionetas de Herta Frankel, la de la perrita Marilyn. Y, por supuesto, los Chiripitifláuticos, con Locomotoro, Valentina, el tío Aquiles, el Capitán Tan, los hermanos Malasombra... Los payasos de la tele, Gabi, Fofó y Miliki, llegaron después.

    Y aquellas series de la televisión: Embrujada, Bonanza, El Virginiano... Había una que a mí me daba mucho miedo, creo recordar que se titulaba Los invasores, que iba de unos malvados extraterrestres que eran como los humanos, y únicamente se les podía distinguir porque tenían el dedo meñique tieso. Ah, y el Super Agente 86, con su zapatófono. Y mi favorita de todos los tiempos, Star Trek (que entonces me parece que no se llamaba así), con el capitán Kirk y el señor Spock, y sus decorados de cartón piedra.

  5. #5
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    Faisanes, Duir:

    Sabía yo que a vosotros dos os iba a encantar este tema

    Faisanes, sí que menciono las neveras, pero en el capítulo de los electrodomésticos. En mi casa no estaba en la cocina, sino en el comedor, justo debajo de la tele. ¿Queréis verlo? Pues ahí va:


    Archivo adjunto 2333
    Esta soy yo, calculo que hace unos cuarenta y seis años. Y sí que había una fábrica de hielo por mi barrio, pero Duir, yo no recuerdo lo del olor a amoniaco (afortunadamente).

    Al lado de mi portal había una lechería, pero no había vacas. Mi madre, que vivió en esa casa desde su infancia, tampoco las recuerda. Era época de escasez y las vacas ni siquiera eran flacas: eran inexistentes. Mi madre dice que en la lechería, a falta de lácteos que vender, era donde cambiaban los tebeos del Guerrero del antifaz y demás héroes.

    En la esquina de la calle donde estaba mi colegio había una pastelería, famosa en el barrio por sus deliciosas ensaimadas. Tenían el horno a pie de calle, y en verano tenían la puerta abierta. A los chiquillos nos encantaba asomarnos a la puerta para ver cómo hacían las ensaimadas y los cruasanes. El olor era simplemente celestial. Creo que nunca he vuelto a oler algo tan sublime como aquello

    También en mi misma calle, más o menos enfrente de donde estaba la carbonería, había una churrería y fábrica de patatas fritas. Yo no recuerdo haber visto a los vendedores con los carritos, pero sí los churros, que eran de lazo, ensartados en el junco verde. Y qué ricos estaban.

    Yo no me acuerdo de lo del vinagre a granel, pero sí de la colonia (a la que alguna vez también le di un traguito). Bajabas a la droguería con un frasco y el dependiente medía la colonia con un tubo graduado y te la echaba en el frasco con un embudo. En esa misma droguería era donde cogían los puntos a las medias que se les hacían carreras.

    Tampoco recuerdo haber comprado el chocolate a granel, aunque sí la medida de libra, media libra y onza. En casa compraban La Campana de Elgorriaga, creo recordar que venía envuelto en un papel amarillo.

    No me acuerdo de que no hubiera cole los miércoles por la tarde, pero sí de haber ido los sábados por la mañana. Y de los programas infantiles de la tele, había uno que se llamaba Jardilín, o algo parecido, siendo yo muy pequeña, y también estaban las marionetas de Herta Frankel, la de la perrita Marilyn. Y, por supuesto, los Chiripitifláuticos, con Locomotoro, Valentina, el tío Aquiles, el Capitán Tan, los hermanos Malasombra... Los payasos de la tele, Gabi, Fofó y Miliki, llegaron después.

    Y aquellas series de la televisión: Embrujada, Bonanza, El Virginiano... Había una que a mí me daba mucho miedo, creo recordar que se titulaba Los invasores, que iba de unos malvados extraterrestres que eran como los humanos, y únicamente se les podía distinguir porque tenían el dedo meñique tieso. Ah, y el Super Agente 86, con su zapatófono. Y mi favorita de todos los tiempos, Star Trek (que entonces me parece que no se llamaba así), con el capitán Kirk y el señor Spock, y sus decorados de cartón piedra.
    Increíble. Me salté los electrodomésticos. Y al leer lo de la comida, al hablar tú de que no había donde guardar la compra (diaria y modesta, por supuesto), pues por eso mi error. Discúlpame.

    Un saludo, amiga.
    -La cultura es el poso que resta, luego de olvidar cuanto leímos, cuanto aprendimos.

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  6. #6
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    Predeterminado

    Liber, Duir:

    Tengo que ser algo mayor que ustedes dos, pues cuando veía la tele, debía ser de las primeras, pero era en el colegio interno en el que estaba; era regalo de una entidad; también nos daban pases para oír música clásica (en el cine que no sé si aún funcionará, por Antón Martín)... En la tele, había series que no nos perdíamos; recuerdo una que creo se llamaba El investigador submarino, o algo así. Luego estaba el cine; pasé un tiempo en una sucursal de ese colegio, pero en la Sierra. Todos los domingos, el director iba allí desde la capital, hasta si nevaba. En su coche llevaba la máquina y la película... Aquello, anterior a la televisión, era para mí/nosotros como un milagro semanal. Estábamos absortos; ni cuando se cambiaba el rollo se oía que nadie hablara, temerosos de romper el encanto. Luego en Madrid (el mismo cole) había un cine que se montaba en el salón de actos (podía entrar hasta gente del barrio, por un módico precio), con la misma máquina que iba al pueblo de Guadarrama los domingos... Los chavales, ya con unos nueve/diez años, llevábamos todo, todo, desde el mantenimiento de la máquina, el rebobinado de las cintas, el alquiler (había que ir a un sitio en la C/Mayor o Arenal, en un primer piso)... Entre el cine, la tele, y especialmente la biblioteca (yo era el bibliotecario y único usuario), me quedaba el tiempo libre preciso para ser parte de mi pandilla.

    Respecto a las cocinas y calderas de carbón, Duir, si teníais depósito de agua caliente (ACS) y además caldera individual, estabais (muy) por encima de las casas normales. Las cocinas podían ser una sola placa de hierro fundido, con sus aros, arriba; lo de abajo, cerámica refractaria excepto la puerta frontal, para ayudar a encender el fuego y sacar las cenizas y escorias... Luego estaban las que eran una pieza de hierro fundido y/o chapa gruesa férrea, que se encastraba en la obra. Y lo mejor, la que citas, eran las que, aun para empotrar en la obra, dos de los costados del hogar, eran asimismo de hierro fundido, un depósito en ele donde el agua hervía y por simple física mantenía caliente y hasta hirviendo el depósito de arriba... El no va más, era cuando todo el conjunto era una unidad, con sus patitas y su barra frontal de bronce; se llamaban cocinas económicas, aunque su nombre habitual era, en el Madrid de mi niñez, de ricos. Todavía se venden, para casas rústicas, chalés...; hasta la española Hergom las tiene en su catálogo, creo que más de un modelo.

    En principio, Liber, pensé como tú, que no, que no olía a amoníaco, en las fábricas de hielo... Pero desde el fondo de mi memoria, recordé que sí, que tiene razón Duir; sí que olía a amoníaco, aunque al rato, no lo percibía uno. Si haces memoria, seguro que coincides.

    Lo de las ensaimadas y torteles, estaba la Mayorquina (sigue aromatizando medio mundo, la de la Puerta del Sol). Y Formentor, por Goya, con su leche preparada (creo que se sigue llamando así, y la sirven aún), con canela y limón... Había otra, por Chueca, que no sé si seguirá abierta, que asimismo perfumaba nuestra infancia, al filo del hambre pero también llena de sorpresas, olores, sabores, un Descubrimiento Casi Continuo, más importante en la vida de cada uno de nosotros, más importante (decía) que el de América. ;-)

    Y por las Correderas, había un despacho de carne de caballo (no era el único), más un despacho de jabón y aceite de oliva, además de una de las Bodegas de la Ardosa (que tiempo después, con cambio de dueño, fue lugar de peregrinación, en la movida madrileña, dado que tuvieron el primer surtidor de Guinnes en barril de Madrid; su Golden Crown, media pinta con una copita de oporto, era o es una delicia, aunque peligrosa )... Sí que eran hipnóticos, Liber, sí, aquellos artilugios de SF, metálicos, con su cilindro de vidrio o cristal por donde se veía subir y bajar el jugo de la aceituna, verde, amarillo, burbujeante siempre, como el cava (que entonces se llamaba champán, aunque fuera hecho en España; igual que el brandy se llamaba cognac o coñac; así se leía en las botellas).

    Y el aparato para limpiar o enjuagar las botellas por dentro, el pitorro metálico que hacía de grifo, era más bien de los bares y tabernas. Por cierto, las licencias de hostelería, eran estrictas. Si era bar o taberna, podían servir equis, pero no cafés ni bebidas calientes; si era café o cafetería, ya había más variedad. No sé si seguirá, esa distinción legal/fiscal.

    Vamos a tener que sonarnos las narices, como sigamos con esto. Para no llorar.

    Un saludo.
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  7. #7
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    Faisanes, Duir:

    Sabía yo que a vosotros dos os iba a encantar este tema

    Faisanes, sí que menciono las neveras, pero en el capítulo de los electrodomésticos. En mi casa no estaba en la cocina, sino en el comedor, justo debajo de la tele. ¿Queréis verlo? Pues ahí va:


    Archivo adjunto 2333
    Esta soy yo, calculo que hace unos cuarenta y seis años. Y sí que había una fábrica de hielo por mi barrio, pero Duir, yo no recuerdo lo del olor a amoniaco (afortunadamente).

    Al lado de mi portal había una lechería, pero no había vacas. Mi madre, que vivió en esa casa desde su infancia, tampoco las recuerda. Era época de escasez y las vacas ni siquiera eran flacas: eran inexistentes. Mi madre dice que en la lechería, a falta de lácteos que vender, era donde cambiaban los tebeos del Guerrero del antifaz y demás héroes.

    En la esquina de la calle donde estaba mi colegio había una pastelería, famosa en el barrio por sus deliciosas ensaimadas. Tenían el horno a pie de calle, y en verano tenían la puerta abierta. A los chiquillos nos encantaba asomarnos a la puerta para ver cómo hacían las ensaimadas y los cruasanes. El olor era simplemente celestial. Creo que nunca he vuelto a oler algo tan sublime como aquello

    También en mi misma calle, más o menos enfrente de donde estaba la carbonería, había una churrería y fábrica de patatas fritas. Yo no recuerdo haber visto a los vendedores con los carritos, pero sí los churros, que eran de lazo, ensartados en el junco verde. Y qué ricos estaban.

    Yo no me acuerdo de lo del vinagre a granel, pero sí de la colonia (a la que alguna vez también le di un traguito). Bajabas a la droguería con un frasco y el dependiente medía la colonia con un tubo graduado y te la echaba en el frasco con un embudo. En esa misma droguería era donde cogían los puntos a las medias que se les hacían carreras.

    Tampoco recuerdo haber comprado el chocolate a granel, aunque sí la medida de libra, media libra y onza. En casa compraban La Campana de Elgorriaga, creo recordar que venía envuelto en un papel amarillo.

    No me acuerdo de que no hubiera cole los miércoles por la tarde, pero sí de haber ido los sábados por la mañana. Y de los programas infantiles de la tele, había uno que se llamaba Jardilín, o algo parecido, siendo yo muy pequeña, y también estaban las marionetas de Herta Frankel, la de la perrita Marilyn. Y, por supuesto, los Chiripitifláuticos, con Locomotoro, Valentina, el tío Aquiles, el Capitán Tan, los hermanos Malasombra... Los payasos de la tele, Gabi, Fofó y Miliki, llegaron después.

    Y aquellas series de la televisión: Embrujada, Bonanza, El Virginiano... Había una que a mí me daba mucho miedo, creo recordar que se titulaba Los invasores, que iba de unos malvados extraterrestres que eran como los humanos, y únicamente se les podía distinguir porque tenían el dedo meñique tieso. Ah, y el Super Agente 86, con su zapatófono. Y mi favorita de todos los tiempos, Star Trek (que entonces me parece que no se llamaba así), con el capitán Kirk y el señor Spock, y sus decorados de cartón piedra.
    ¿La Vaquería? de la calle Libertad, así como La Vaquería Suiza (lee esto, que viene al pelo : http://madrid.salir.com/la_vaqueria_suiza/opinion/23542 Y tantas otras (hay una cerca de Cristo Rey, también reformada, pero no recuerdo el nombre), vienen de las lecherías/vaquerías, de las que debía haber cientos... En esa corta entrada, me he enterado de que las renovaban, a las vacas, pero creo que cuando yo era niño, ya no las licenciaban, las dejaban sin moverse hasta que... Y ojo, que desde la lechería, nunca se veían las vacas; en el establo, apestaba y las lecherías olían bien y estaban limpísimas; y por supuesto, había lecherías sin vacas, pero eran contadas, las menos.

    Un saludo.
    -La cultura es el poso que resta, luego de olvidar cuanto leímos, cuanto aprendimos.

    -No hay recuerdo que el tiempo no borre ni pena que la muerte no acabe. Miguel de Cervantes.

    http://www.amazon.es/Kami-Cami-Fernando-Sanchez-Esteban/dp/1453720553/ref=sr_1_6?ie=UTF8&qid=1359627083&sr=8-6

  8. #8
    Veteran@ en el foro Avatar de jufb56
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    Predeterminado la calle de las Isetas

    Yo vivía en el barrio de Argüelles, en Francisco de Ricci, conocida en su momento como la "calle de las Isetas" al existir un taller mecánico que se dedicaba a su reparación. Justo enfrente del Taller había una lechería donde, si me había portado bien (cosa que raras veces sucedía) me dejaban entrar donde estaban las vacas a buscar caracoles entre el forraje.

    El taller de las isetas pasó con el tiempo a ser un taller para el mantenimiento y reparación de los taxímetros (cuando los taxis eran negros con una franja roja en las puertas), y la lechería pasó a ser una casa de pisos como tantas otras.


    Nombre:  iseta.jpg
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  9. #9
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    Cita Iniciado por jufb56 Ver mensaje
    Yo vivía en el barrio de Argüelles, en Francisco de Ricci, conocida en su momento como la "calle de las Isetas" al existir un taller mecánico que se dedicaba a su reparación. Justo enfrente del Taller había una lechería donde, si me había portado bien (cosa que raras veces sucedía) me dejaban entrar donde estaban las vacas a buscar caracoles entre el forraje.

    El taller de las isetas pasó con el tiempo a ser un taller para el mantenimiento y reparación de los taxímetros (cuando los taxis eran negros con una franja roja en las puertas), y la lechería pasó a ser una casa de pisos como tantas otras.


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    ¿No era en esa calle donde había un baile, creo que se llamaba Cielito Lindo? Era para parejas (había los normales, y los sólo para parejas), estaba en un sótano (creo que a su vez en dos alturas), fresco, agradable, bien dispuesto. La bebida de la casa, tenía el nombre de ésta, y era deliciosa. Fue quizás la primera discoteca (no se las llamaba así entonces, eran eso, bailes) a la que fui con una mujer, una chica de la que aún me acuerdo, cosa increíble, dados los siglos transcurridos. Más arriba, en una calle paralela, estaba La Tuna, donde ahí sí que fui durante años; era el lugar de encuentro de nuestro grupo, chicos y chicas, ya en la era de Los Beatles y hasta de la canción que sigue encantándome, Unchained Melody, de los Righteous Brothers; me gustaba tanto, que le decía al de los discos (entonces eran pinchadiscos, no se les denominaba DJ) que la repitiera (nadie se quejaba) dos o tres veces, de tarde en tarde. Era tan familiar, la cosa, en La Tuna, que hasta llevaba yo mis casetes, y ponían mis canciones. Hice que muchos se aficionaran a Joan Baez y a los Everly Brothers, con esas libertades que me podía tomar (me viene a la mente Preso Número Nueve, de JB; y Cecilia, de los EB). Y cuando me compré un 600, de segunda mano, firmando letras (literalmente, había que ir firmando una a una), entonces, con 21 años, era yo el rey del mambo... Es el único coche que yo mismo reparaba (cambio de cable de acelerador, reglaje de balancines, reposición del tubo de escape, cerraduras, etcétera); era de una serie que tenía un acelerador de mano adicional, con su cable de bicicleta, pero que funcionaba, servía, en las grandes rectas (las de Benavente, por ejemplo)... Iba por ahí a 80/90 Kms/hora, pero con él disfruté más que con ningún otro. Me iba a Cercedilla, en invierno, a aprender a derrapar en nieve o hielo (haciendo caso a un tal Paco Costas, que tenía un programa en la tele, y recomendó el hacerlo, el adquirir esa maña), hacía excursiones hasta Galicia (a Villagarcía de Arosa, una vez tardé casi un día, desde las ocho o así de la mañana, hasta las seis o siete de la tarde, con las paradas de rigor para descansar ambos, el cochecito y yo ).

    ¡Qué tiempos, sí!
    -La cultura es el poso que resta, luego de olvidar cuanto leímos, cuanto aprendimos.

    -No hay recuerdo que el tiempo no borre ni pena que la muerte no acabe. Miguel de Cervantes.

    http://www.amazon.es/Kami-Cami-Fernando-Sanchez-Esteban/dp/1453720553/ref=sr_1_6?ie=UTF8&qid=1359627083&sr=8-6

  10. #10
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    Bueno, ya es hora de intervenir que vais a convertir este hilo en una charleta del inserso. Yo sigo siendo joven, lozano y de buen ver, pero algún recuerdo anacrónico ya tengo. No llego a los vuestros, claro, no vi pasar a Napoleón, ni conocí a nadie que hiciera grafitti en Altamira, pero alguna cosilla hay.

    Yo bajaba todas las mañanas con un par de botellas a la calle (vivía ciento y pico escaleras arriba por una ladera) para que viniera la lechera y las rellenara. Dos litros al día. Al principio bajaba con un burro, después con un Land Rover y después dejó de venir. Las botellas empezaron siendo de cristal, después de agua y al final era una de Coca Cola de 2 litros. Anda que no me olvidé veces y aparecí en la ikastola con las botellas... Recuerdo que mi madre ponía los dos litros en un puchero y la hervía. Soltaba una nata que se usaba para hacer pasteles o para el bocadillo. Nata con azúcar... hace cuanto que no me como uno.

    También recuerdo qu en aquella época, en mi pueblo había pequeñas microfábricas en todas partes. En mi edificio, que estaba junto a un parque, había un escopetero que mecanizaba cañones en una fábrica de un empleado y una habitación de 3x4. Solía abrir la ventana que daba al sur y le oías limando y puliendo a mano. Yo me solía apoyar en la ventana y me pasaba el rato charlando con él y viéndole trabajar. Lo dejó en los 80.

    EL otro día comentábamos entre los amigos que se habían puesto de moda las canicas. Seguro que los niños de ahora les llaman "esferas retro", o algo similar. Nos acordamos de las chapas de Coca Cola, San Miguel, etc. Les ponías una foto de un jugador, o un super-héroe, luego pulías un cristal comiéndole cachitos con un clavo hasta que encajaba en la chapa y lo sellabas con plastilina. Ya no se ven chingos en los parques (esas cuadrículas de tiza en las que tirabas una piedra y la recorrías a la pata coja. Creo que en cada sitio se llama de una forma), nadie juega a chorro-morro (un juego en el que hacías una cadena de gente con la cabeza entre las piernas del anterior y los del equipo contrario saltaban encima), a la cadeneta, a los dardos, las tabas...

    La tele empezaba con el telediario de la tarde y, a eso de las 4-5, se interrumpía hasta las 7:30 más o menos. Entonces mi madre ponía la radionovela y se quedaba en el sofá, haciendo punto o lo que fuera, mientras nosotros jugábamos en el suelo.

    No recuerdo la marca de la primera tele, pero la segunda vino en el 77 y ya era en color. Una Grundig que duró hasta el año 2000.

    De la tele recuerdo Mazinger Z, Lin Chun (la frontera Azul), 2-40 Rover, Orzowei, Sandokan, los Hombres de Harrelson, Comando G, Felix, Cousteau... después ya La Clave.

    Las películas tenían rombos y muchas veces esperábamos a que empezara Sábado Cine, con aquel comienzo que tenía hecho con puntitos (recuerdo perfectamente la música) y que acababa con cuatro Marilyns que se convertían en 4 corazones (a lo mejor esto era de sesión de tarde) y cuando aparecían los rombos, o no, sabíamos si había peli o nos largaban a la cama. Además, con mi madre, era así. O veías la peli o a dormir. No había premio de consolación de jugar un rato en la cama o x. Solíamos tratar de entretenerla para que no se fijara, pero era un ama de casa profesional. Un rombo era libertad condicional. Según iba viendo decidía si seguías viendo.
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    Hostia! gracias Katxan

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