Interesante articulo
http://www.abc.es/blogs/perdomo/publ...books-2880.asp
El precio de los eBooks
De José Luis Perdomo (el 02/02/2010 a las 11:45:41, en Vida digital)
Trilero [En Twitter: @perdomo]
Los derechos de autor son como esa bolita esquiva que se oculta bajo uno de los tres tapones que un señor maneja con destreza segundos antes de que el billete de veinte euros pase de nuestra mano a su cartera. Sin comas, claro está. El birlibirloque es posible porque mientras tratamos de adivinar adonde fue la bolita, el trilero no para de hablar, no hace pausas, y el discurso es tan estresante como el trajín de sus manos.
Uno pasea por Gran Vía, entra en la Casa del Libro y adquiere un ejemplar de «Historia del periodismo gaditano 1800-1850» por 28 euros. Mientras desanda la Gran Vía va pensando que una parte de ese importe costea el alquiler del local y otra sufraga los gastos del personal que le atendió; que parte del dinero se destina a pagar a la empresa que llevó el ejemplar del almacén a la librería y a la que lo trasladó de la imprenta al almacén; que también hay que descontar la tarea de los impresores, la de los que proporcionaron a aquéllos la materia prima -papel y tinta- y, por supuesto, la del editor que arriesgó su dinero para que el libro viese la luz y el autor que concibió la obra, que se embolsa aproximadamente un euro y medio.
Así las cosas, tras deshacer el laberinto del libro uno puede concluir que el engranaje que hace posible el disfrute de la obra justifica su precio, que éste es justo. La cosa cambia el día que adquiere un lector de libros electrónicos, busca esa misma obra en formato digital y la encuentra al módico precio de 28 euros. Ni uno menos que en papel, aunque en el proceso no medien locales, libreros, transportistas o impresores. Sólo una editorial y un vendedor virtual nos separan del autor, que se embolsará por la venta del libro, en su versión digital, un euro y medio aproximadamente; idéntica ganancia por la venta de un objeto y un puñado de bytes. Con amigos así, al autor le sobran los enemigos, y no precisamente al otro lado del te-efe-te.
No es un caso aislado. «Antártida, 1947: La guerra que nunca existió» tiene un precio de 15,03 euros en papel y de 16,14 euros en formato electrónico. «Por ser pintura de mis sueños», 17 euros en papel y 17 euros como ebook. El coste de producción y distribución de estas obras en su versión digital es sustancialmente menor, pero las editoriales no aplican esa reducción al precio final y los autores, los pobres autores a los que la piratería condenará a la indigencia en la última orgía del «todo gratis», ganan lo mismo. Alguien mueve la bolita y blande el manido discurso de la creación intelectual al tiempo que el billete cambia de manos.
Las editoriales andan estos días enviando a los autores nuevos contratos para continuar explotando sus obras en formato digital; el beneficio estipulado en éstos oscila entre el 5 y el 10%, un margen ligado a un modelo analógico en el que el autor es el primer -o último- eslabón de una larguísima cadena. Por ello, la AELC -Asociació d'Escriptors en Llengua Catalana- ha pedido a sus asociados que no firmen estos contratos hasta lograr un acuerdo marco con los editores en el que las ganancias del creador de la obra nunca sean inferiores al 20%. Y los autores británicos, ¿qué piden? El 50%, la mitad del precio de venta al público.
Ésta es la realidad del ebook en España: escasa oferta de títulos a precios analógicos y desorbitados; el abono ideal para eso que han convenido en llamar piratería y que no es, en último caso, sino contrabando, «producción de géneros prohibidos por las leyes a los particulares», generación de riqueza cultural allá donde el caballo de la Industria trata de impedir que crezca la yerba mediante aranceles y leyes que sirven para minar el campo pero no para cercarlo. Todo lo más, sembrar de incertidumbres un futuro que es digital. El Ministerio de Cultura, entre tanto, no se centra en fertilizar el nuevo escenario y apoyar a los autores en el salto al ebook sino en perpetuar la retroalimentación de una cadena industrial a la que sobran eslabones. La pregunta no es quién defiende al autor de sus lectores sino quién defiende al autor y a sus lectores de los trileros.