Estoy leyendo a Jane Austen y Charlotte Bronte, y hay quien las toma por autoras de libros de chicas, pero sus a libros se les considera obras cumbre de la literarura universal. ¿Que opinion os merecen? (No se si esre hilo debe ir aquí)
Estoy leyendo a Jane Austen y Charlotte Bronte, y hay quien las toma por autoras de libros de chicas, pero sus a libros se les considera obras cumbre de la literarura universal. ¿Que opinion os merecen? (No se si esre hilo debe ir aquí)
Gracias corrector ortográfico, y sobre todo gracias a todos vosotros.
Son dos autoras que me gustan mucho. Jane Eyre y Orgullo y prejuicio llegaron a mí prácticamente al mismo tiempo (las dos formaban parte de un tomo de "Maestros ingleses" que anda por mi casa desde que yo era niña). Supongo que se consideran literatura para chicas porque están escritas por mujeres y suelen narrar aspectos de la vida de mujeres, pero van bastante más allá de la literatura juvenil. Jane Austen es muy divertida y hace una crítica muy aguda de la sociedad de su tiempo. Charlotte Bronte es mucho más seria y dramática, sus pocas novelas tienen muchas escenas autobiográficas y la pobre tuvo una vida triste y dura. Y sí, sus libros pueden considerarse obras cumbre de la literatura universal. La prueba está en que dos siglos después aún se siguen publicando, leyendo y comentando.
A mí Jane Austen me encanta. Sus novelas me parecen ingeniosas, divertidas y contienen una buena dosis de crítica social muy inteligentemente colocada. Hasta me hice una foto al lado de su tumba en la catedral de Winchester...
Tanto a una como a la otra las descubrí ya de adulta, y aunque es verdad que se considera literatura para mujeres, sobre todo en el caso de Jane Austen me parece injusto porque es mucho más que una autora de novelas románticas, aunque sea eso lo que haya trascendido. Como bien han señalado los compañeros, hay una buena dosis de crítica a la burguesía en sus obras. En algunas se advierte más que en otras, pero en todas hay algo más de lo que parece a simple vista.
Otras autoras que se consideran clásicos y aún se leen y editan: Elizabeth Gaskell, Edith Wharton (ver spoiler) o la grandísima Virginia Woolf .
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Última edición por anabelee; 27/03/2017 a las 12:35
Puedes acariciar a la gente con palabras. Francis Scott Fitzgerald
Leer surte un efecto peligroso: Encender fuegos artificiales en la intimidad del cerebro. Terry Pratchett
Me parece un cliché y fuera de lugar lo de "libros de chicas". ¿Y si lo fueran? Personalmente prefiero los libros de guerra, pero no creo que esto tenga nada que ver con que sea una mujer. ¿O sí? ¿O debería ser al contrario? No sé, no creo que la literatura tenga sexo al igual que no lo deberían tener los juguetes, el cine, las aficiones ni la moda. Eso de "libros de chicas", me parece un apelativo despectivo, cuando ser una chica o una mujer es realmente maravilloso. Y sí, son libros buenos, y sí me gustan. Pero también me gusta la novela negra, y la erótica y los libros cachondos y fáciles de leer. Y si fuera un hombre creo que me seguirían gustando. Libros de chicas... en fin.
—En mi primera parroquia —dijo Gabe asintiendo en dirección a Tom, que seguro tendría que acordarse —había una viuda con tres hijos, los dos más pequeños gemelos, que siempre iba a misa de diez, todos los domingos. Nada más llegar a la parroquia le pregunté a nuestro pastor por ella, creyendo que debíamos hacer algo por aquella mujer, por sus hijos, y me dijo: «Es un caso difícil. Le da a la bebida».
Susan y Helen se rieron un poco y Gabe las miró y sonrió.
—No, en serio —continuó—. Eso fue lo que me dijo. Todo el mundo en la parroquia lo sabía, me dijo. Tenía un problema con la bebida, con tres hijos y todo. Los domingos acudía a misa hecha un pincel, igual que los niños, y en el par de ocasiones en que yo la había saludado me había parecido normal, pero el pastor me dijo que yo era un novato y que no era capaz de verlo. Una verdadera alcohólica, dijo. Yo no podía quitármelo de la cabeza. Empecé a fijarme en ella. Siempre me parecía sobria. Los niños guardaban silencio durante la celebración de la misa. Siempre dejaba dinero en el cepillo. Nunca llegaba tarde ni se marchaba temprano. Le pregunté una vez más al pastor cómo lo sabía, qué pruebas tenía, si la había visto tambalearse o hacer eses o lo que fuera. Me llamó «cachorrillo» y me dijo que era muy inocente. Una vez más, me dijo que todo el mundo lo sabía. No había nada que averiguar. No había nada más que hablar. Yo no quería que, por el mero hecho de preguntar, comenzaran a correr rumores, pero entonces me fijé en que todos los domingos por la mañana, cuando iban camino de misa, la mujer se escabullía y entraba en una confitería que había justo a una manzana de la rectoría. Los tres niños esperaban fuera. Ella entraba y salía en un periquete. Quizá, pensé, era en ese momento cuando daba un traguito. Quizá fuera eso lo que hacía.
—Qué pena —dijo Tom, pero Gabe levantó la mano.
—Así que un domingo por la mañana, cuando yo no tenía que cantar misa de diez, me voy andando hasta la confitería, sobre las diez menos cuarto, y entro a tomarme un café. Estando yo en el interior, cómo no, entra la mujer. Compra un paquete de caramelos mentolados, paga con un billete y sale de nuevo a la calle. El dueño, el dueño de la tienda, se gira hacia mí y me dice: «Ahí tiene una misión para usted, padre. Todos los domingos por la mañana entra y compra caramelos mentolados. Para disimular el olor a alcohol. Antes de misa». «¿Y usted sabe que el aliento le huele a alcohol?», le pregunté. Por la manera en que se indignó, supe que jamás le había olido el aliento a aquella mujer. «Claro, ¿por qué cree si no que se compra los caramelos?», dijo.
—¿Por qué compraba esos caramelos? —dijo Helen.
Gabe sonrió.
—Para disimular el olor a bebida, eso pensaba el dueño de la tienda. Pero yo tenía una sospecha. Los seguí hasta la iglesia. Les pedí a los encargados que me permitieran ayudar con la colecta. Pasé el platillo y, mira tú por dónde, la mujer da veinticinco centavos, el niño mayor da otros veinticinco centavos y los dos gemelos ponen diez centavos cada uno. A la segunda pasada, solamente la madre pone veinticinco centavos. Tres monedas de veinticinco centavos y dos monedas de diez, todos los domingos. Noventa y cinco centavos. Por aquel entonces, los caramelos mentolados costaban cinco centavos. —Se recostó—. Llevaba años haciendo eso, cambiando un dólar antes de entrar a misa. Y esa, que yo sepa, era la única fuente de los rumores que aseguraban que era una alcohólica.
Tom se rio.
—Nunca des nada por sentado —dijo Tom. Dibujó la palabra en el aire, rodeó la primera parte y la última: aquella no era la primera vez que lo hacía—. Porque cuando das las cosas por sentadas, te puedes caer de culo del ridículo —dijo,
Gracias corrector ortográfico, y sobre todo gracias a todos vosotros.
Quizás alguien sepa de que va...
A mi me ha impresionado. ¡Que malas son las habladurías!
Gracias corrector ortográfico, y sobre todo gracias a todos vosotros.
—¿Te acuerdas de Darcy Furlong? —dijo, mirando la oscuridad, justo por encima del zumbido del ventilador—. ¿El de la fábrica de cervezas?
Me reí.
—Ese nombre... —dije.
Le solté el brazo y di media vuelta. Tom apoyó su mano en mi cadera.
—Corrieron rumores sobre él durante años —dijo—. Casi todo bobadas. Alguien lo encontró haciendo punto en el comedor. Se decía que había pintalabios en un cajón de su escritorio. También que llevaba pintadas las uñas de los pies, pero algunos solíamos bromear diciendo que, qué demonios, si aquello era cierto, al menos quería decir que en algún momento se quitaba aquellos malditos zapatos de swing. —Dejó escapar una risita ahogada—. Tampoco era para tanto. Menudencias, pequeñas insidias que corrían sobre él de vez en cuando. Pero el señor Heep terminó enterándose, siempre quería estar al tanto de todo. Darcy estuvo de baja un tiempo, dijeron que por una operación que no tenía mayor importancia. Todos firmamos una nota para desearle una pronta recuperación. El señor Heep nos convocó a una reunión. Ya te lo he contado.
Asentí. Algo recordaba.
—El señor Heep dijo que estaba al tanto de los rumores que corrían sobre el señor Furlong y que lo único que quería saber era si alguien tenía alguna manera de demostrar si los rumores eran ciertos. ¿Alguna prueba? Eso fue todo lo que preguntó. Naturalmente, nadie tenía prueba alguna. ¿Qué prueba podríamos aportar? Lo veíamos en la oficina todos los días. Era un buen trabajador. Llegaba puntual por las mañanas y se iba a casa por la noche. Estaba soltero. Su familia vivía más al sur. ¿Qué más podíamos saber? Al no responder nadie, el señor Heep dijo: «Bien, yo tampoco, de modo que, hasta que alguien tenga pruebas o algún indicio de que lo que ustedes dicen del señor Furlong es verdad, quiero que los rumores terminen de una vez. Despediré al primer hombre que desobedezca».
Ese jefe: una persona como hay que ser.
Gracias corrector ortográfico, y sobre todo gracias a todos vosotros.