Habría sido realmente fácil descubrir desde el principio quién es el asesino, si no fuera porque el autor juega al despiste cuando le conviene. Se supone que todo el mundo en el pueblo conoce a cierta persona, pero nadie se da cuenta de que va por ahí en un vehículo que no es el suyo habitual (por cierto, ¿dónde lo tiene aparcado para que nadie lo descubra?).
Otra cosa que me choca muchísimo es que, en un momento determinado, la protagonista debe deshacerse de su teléfono móvil para evitar que la localicen y se compra uno de prepago, en el que sigue recibiendo llamadas como si fuera su número de siempre, salvo que yo me haya despistado y en algún momento haya dado el número a las personas que no quería que la localizaran.
Y algo muy llamativo: los "buenos" son mucho más difíciles de matar que los "malos". Y mira que reciben golpes y disparos, los pobres.
El final, pues eso, que para todos esos personajes tan resistentes llega la redención que da título al libro
. Todo muy bonito, pero poco creíble.