Consecuencias de la reforma de mi casa
Hoy día 4 de mayo han entrado en mi casa un equipo fantástico de profesionales. Lo curioso es que yo les veo como una horda de bárbaros: unos lanza en ristre, otros arrastrando máquinas de guerra, destructivas, desafiantes; otros transportan distintas herramientas que no por ser más pequeñas son menos amenazantes, picos con finales agudos como colmillos de un vampiro, mazas, macetas, cinceles, piquetas… todas para la misma función: allá dónde llegan comienza un periodo de destrucción semejante a un terremoto doméstico, más largo, pero con los mismos efectos. No queda nada en pie. Herramientas fuertes, pesadas, ruidosas. Palas como coches fúnebres llevándose en grandes cestos los restos de mis magnificas escayolas, ¡adiós cortineros!
Ya no hay ni rastro de aquellas paredes celestes, rosadas y blancas.
La cocina ha quedado como un hospital robado. Solo permanece aquello que han dejado para más tarde, hay que ir seleccionando el material de deshecho para reciclar. Interruptores: cuadrados, sencillos, dobles, sobrepuestos, empotrados…
Descubro otro tipo de útiles, llanas, espátulas, pisones, plomadas, tenazas, alicates… herramientas con otro aspecto, no tan amenazadoras. Si no me equivoco, éstas no contribuyen demasiado a la destrucción. Todo lo contrario. Una gran artesa, cincel, cortafríos, espátulas, niveles de burbuja… Llama mi atención un pisón, alto, esbelto, con una base pesada, me atrae y la vez me hacer estar alerta. ¿Pensarán levantar también la tarima recién colocada? Si no, ¿para que necesitan un pisón?
Por último descubro la plomada, ya tengo la garantía que mis nuevas paredes serán perfectas, rectas, bien aplomadas. Me voy a comer horrorizado. Llevo grabados a fuego en mi cerebro todos los ruidos, martillazos, paredes que caen de golpe, nubes de polvo, ¡qué sensación de asfixia! Mis zapatos pisan yesos blancos, arenas de color incierto, trozos de placas de cerámicas y los chasquidos hacen que mis dientes experimenten un retroceso y aleteen como una mariposa.