Y el segundo relato de Nina
ENRAMADO
La vista de un enramado me retrotrae a mi infancia. Nuestros padres en el verano nos llevaban a casa de la Abuela Paz, ella vivía en un pueblo de la meseta castellana, su casa durante las vacaciones se transformaba de tal manera que a sus amigos les parecía que vivíamos en una permanente revolución y así era ciertamente.
Allí llegábamos como una plaga todos los nietos y la abuela ponía manos a la obra organizándonos inmediatamente.
Los chicos con los hombres a obedecer y a hacer lo que les encargaran y las chicas a limpiar debajo del enramado y a colocar las sillas para sentarnos a coser con ella.
¡Que mañanas tan deliciosas! Allí la Abuela, una mujer menudita pero de gran carácter controlaba a sus chicas a las que cada verano enseñaba a hacer además de todo aquellas labores que debe saber hacer una mujer de su casa, aquellas otras que ella consideraba de adorno, bolillos, punto de cruz. ganchillo… etc. ¡Cuantas agujas perdíamos! y ¿dedales? incluso alguna tijera desaparecía sin movernos de nuestras sillas, pero no importaba siempre había repuesto, nunca se dejaba la tarea por falta de herramienta.
Un buen día uno de los chicos se subió en lo alto del enramado y descubrió el nido de la urraca, tenía allí un auténtico tesoro compuesto de nuestros útiles de costura.
Por la noche el enramado tomaba otra dimensión, después de la cena salíamos al patio a jugar y cuando ya agotados nos sentábamos en el enramado los chicos mayores narraban cuentos de miedo y según crecía la historia, crecían las sombras, los ruidos aumentaban y ya asustados no distinguíamos si lo que se oía era el arrullo de una paloma, o el gato al que alguno de nosotros habíamos pisado el rabo o si se trataba del mugido de una vaca, nuestro miedo nos iba encogiendo y pegando a la silla, era el momento que nos llamaban para ir a dormir.
Cuando los pequeños desaparecíamos, el enramado tomaba otro papel en el teatro de la vida, se convertía en testigo mudo de los primeros amores, de las promesas veraniegas que cada año cambiaban de protagonistas, el único que nunca perdió su papel fue el enramado