Nerea, de 13 años, no regresa del Instituto. Lo que en principio parece un caso de fuga se convierte en desaparición inquietante en cuestión de horas y en un escalofriante caso en pocos días. El Inspector Núñez, jefe del Grupo de Homicidios de Oviedo, se enfrenta a su último y más complicado caso: un inteligente psicópata que actúa al amparo del anonimato que ofrece Internet.
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Retazos de la historia:
"Dieciséis años de matrimonio no habían sido suficientes para que él alcanzara a comprender las fantasías de riqueza que a menudo sufría su mujer; habían bastado, sin embargo, para resignarse a vivir con ellas de por vida; y habían sobrado para teñir de fracaso toda su existencia. Paladeaba el sabor amargo de la derrota cada vez que Rosa abría la boca deseando algo, ya fuera un bolso de Tous, los muebles del salón o lo que fuera. Cada petición acentuaba un poco más la frustración, el aburrimiento y la resignación que Fran llevaba pintados en la cara; una cara que enfrentaba con el mismo gesto todas las circunstancias de la vida, ya fueran favorables o adversas. También podía leerse en sus ojos verdes, descolgados en el borde externo; y en el rictus de la amargura, que añadía valor tirando de la comisura de los labios hacia abajo. Mascaba la frustración como si fuera un chicle amargo, que a pesar de los años aún le queda sabor; y era un hombre envejecido prematuramente a pesar de tener los cincuenta recién cumplidos; un hombre que tiempo atrás había embalado los sentimientos y las emociones que un día no muy lejano había sentido, para subirlos al desván de la vida donde quedarían olvidados para siempre. Un hombre que de la juventud sólo conservaba una tupida cabellera que era la envidia de sus compañeros calvos; por lo demás estaba viejo, gordo e infeliz, aunque casi nadie se diera cuenta de ello. "
"Lo demás transcurrió con la misma facilidad que llevaba desde los comienzos. Resultó incluso demasiado sencillo y yo mismo estaba sorprendido de que engatusarla fuera tan sumamente fácil. ¡Estas adolescentes de hoy día no sirven para nada! No saben hacer su propia cama ni freír un huevo pero en su trato con los hombres son tan espabiladas como si llevasen años haciendo la calle. Pero esta fue la excepción y resultó ser una auténtica tontita. Tragó, sin cuestionarse nada de nada, con el rollo de que yo les había contado a mis padres que éramos novios, que deseaban conocerla cuanto antes y que, por supuesto, yo tenía aún muchas más ganas que ellos de que ese encuentro se produjese. Como me parecía imposible que fuese tan ingenua, a lo anterior añadí que mi padre me llevaría hasta Oviedo e iríamos a comer a un restaurante lujoso, como correspondía a nuestro estatus social, claro está. Yo quería asegurarme de que acudiese a la cita y ella, dado que el encuentro se iba a producir al mediodía y con un adulto presente, no puso objeción, tal y como yo preveía. Así fue como empezamos a planear el encuentro. Yo le advertí que no debía comentar nada a nadie, muchísimo menos a sus padres o a su amiga, porque si lo hacía, ellos querrían estar presentes y no era conveniente que nos estropeasen nuestra primera cita. Y ella, la muy imbécil, me hizo caso y fue tan dócil y obediente como una corderita a la que enseñan el camino hacia el matadero mientras le dicen que ese camino conduce a un prado de exquisito pasto, y lo sigue sin cuestionarse nada de nada. "
"Bastó introducir el número del documento de identidad en la base de datos de denuncias para detectar un Atestado de fecha 10 de enero de 2009 donde los policías actuantes daban cuenta del suicidio de Román Saavedra Peláez, de dieciséis años de edad, hijo de Eladio y María Dolores. Su propia madre lo había hallado muerto en el dormitorio, ahorcado, pendiendo del riel que sostenía las cortinas. Había usado como soga la correa que sirve para subir y bajar las persianas. En la comparecencia no figuraba más información, salvo que al lugar de los hechos había acudido el Juez de Guardia para levantar el cadáver y, previamente, funcionarios de Policía Científica para tomar las fotografías y recoger las pruebas e indicios oportunos. "
"Días más tarde, concretamente el doce de febrero de 2009, María Dolores Peláez Domínguez se quitó la vida de idéntica manera a como sólo un mes antes lo hiciera su hijo. Su esposo, Eladio, la encontró a las dos de la tarde, cuando regresaba a casa para almorzar. No había carta de despedida ni exposición de motivos, que no eran necesarios porque se intuían. Desde el mismo dia de la muerte de su único hijo, la inapropiada conducta de María Dolores dejó estupefactos a familiares y a extraños: ni una lágrima, ni un gesto de dolor, ni una lamentación salieron de su boca. El duelo lo pasó de tienda en tienda hasta que topó una boutique cuyos diseños cumplían ampliamente sus exigencias en cuanto a calidad y estilo. Allí adquirió un elegante traje de falda y chaqueta en color negro, que luego aderezó con gafas de sol, bolso y zapatos a juego. Tres horas antes del funeral acudió a peinarse a su peluquería habitual y el tiempo sobrante lo dedicó a maquillarse ella misma en casa. De esa guisa, en vez de una madre que había perdido a su único hijo, parecía una dama frívola que hasta en los entierros buscara ocasión para lucirse."
"Parecía una tontita, allí sonriendo, hablando con voz melosa y soñando con príncipes azules cuando en realidad estaba a punto de morir. ¡Para ella no habría ni príncipe ni plebeyo, ni azul ni rosa! ¡No habría nada! ¡Y cómo sonreía la muy tonta! En esos momentos la odié con toda mi alma. Odié su felicidad y su ilusión que, aunque no fueran a durar, las había acaparado todas para sí, mientras que yo las había perdido para siempre. Odiaba su asqueroso cuello de toro, sus granos, su verruga y su cara de boba, pero sobre todo odiaba su nombre. ¡Aquel nombre había destruido mi vida!
Eladio tragó saliva, como si estuviera a punto de atragantarse con los recuerdos, de llorar, o de ambas cosas. Una vez más exhibió el mismo pañuelo de tela blanco y se limpió el sudor de la frente. Volvió a tragar saliva y prosiguió con su terrorífico relato"
"Ella asintió y yo supe que había llegado el momento. Hice amago de dirigirme al maletero, pero en realidad me coloqué tras ella, saqué el cinturón que escondía bajo mi jersey, lo sujeté fuertemente con ambas manos, una por cada extremo, se lo pasé por el cuello con un rápido movimiento y comencé a estrangularla tomando cuidado de que sólo la tocasen mis manos, enfundadas en los guantes. No quería tener ningún otro contacto con ella; pues ya se sabe, siempre puede caer un pelo, o una fibra, quien sabe…
Entonces, ella soltó el gato y se tiró al suelo, sin importarle ya que sus ropas se manchasen. Allí empezó a patalear mientras con las manos trataba de agarrarse al cinturón para desprenderlo de su cuello. En un momento dado miró hacia arriba y sus ojos se encontraron con los míos. Yo sentí que un dedo helado me recorría la espalda. Su mirada reflejaba terror y sorpresa, mantenía los ojos muy abiertos y me miraba como si quisiera llevarse al otro mundo cada detalle de mi rostro. En esos momentos el que sonreía era yo, mientras ella continuaba luchando cada vez con menos fuerza. Su cuello de toro se iba inflando más y más, su cara había pasado del rojo al morado. Aún así, consiguió abrir los labios y pronunciar el nombre de Román, como si aquel amor platónico e irreal la pudiera librar de su triste final. "
"Usted me pareció una persona en la que se puede confiar. No sabría explicarle el por qué; fue un instinto, una corazonada. Por otro lado también necesitaba desahogarme de alguna manera porque a los ojos del mundo yo era la víctima, el hombre que ha perdido a sus dos seres más queridos en menos de dos meses y que, no obstante, sigue luchando por la vida. Era el vecino que nunca causaba problemas, el amigo que siempre estaba cuando se le necesitaba, el hijo atento y cariñoso, el ciudadano ejemplar. En una palabra: era un hombre de bien. Ese era yo de cara al mundo, pero en mi interior vive un demonio tan negro como la noche, tan perverso como el mismísimo Satán y tan astuto como el más zorro entre los zorros. Ese demonio me obliga a actuar, no me deja vivir tranquilo, adopta la imagen de Román o la de Dolores, según le conviene, habla por boca de ellos y con sus maldades anula mi voluntad por completo. Necesitaba compartir con alguien ese secreto que me estaba ahogando. Ahora me siento mucho mejor. "
"El detenido, impasible, presenció el registro parapetado tras una mirada indiferente, que brillaba en señal de triunfo cada vez que se cerraba una puerta para dar por concluido el registro en aquella estancia con resultado negativo. Sólo rompía su pasividad apretando labios y puños para mostrar desagrado cada vez que alguno de los policías abría un cajón y dejaba al descubierto parte de su intimidad, al tiempo que también quedaba constatado que no era ni tan ordenado ni tan pulcro como aparentaba. Aunque la casa brillaba como una patena de puro limpia y no había ni una sola mota de polvo que pudiera contradecir tal afirmación, los cajones de su armario escondían en su interior marañas de ropa sucia cuyo olor echó a los policías para atrás; asimismo, en la cómoda se acumulaban calcetines que no habían visitado la lavadora desde tiempos inmemoriales; y en la parte superior del armario, camisas y pantalones colgaban de las perchas sin orden ni concierto ni planchado previo. Chocaba el contraste entre lo que la casa ofrecía de cara al mundo y lo que escondía en sus entrañas. La casa, fiel reflejo de la personalidad del detenido, ofrecía una imagen pulcra en la antesala mientras la trastienda apestaba, repleta de inmundicia. Eladio enrojeció y se encogió de hombros cuando todos los presentes le miraron mientras Núñez procedía a abrir la ventana para que la estancia ventilase y los policías pudiesen registrar aquel armario sin desmayarse a causa del hedor."
"Han pasado dos primaveras desde aquel fatídico 27 de octubre de 2009 y Francisco Iglesias vio crecer dos veces la hierba sobre la tumba de su hija, una fosa situada en un lugar discreto pero soleado del cementerio San Salvador de Oviedo, en el suelo, bajo un manto de tierra que forma un pequeño montículo coronado por una sencilla cruz que se alza sobre un soporte donde se puede leer la inscripción: “tus padres y abuelos jamás te olvidarán”.
¡Y bien cierto que era! En el transcurso de esos dos años no corrió un solo segundo en el que Nerea cediese su lugar en el pensamiento de su padre. A pesar de los muchos problemas que acorralan a Fran, la imagen de su hija pervive en su mente como un negro telón de fondo que siempre está presente aunque en el escenario de la vida se desarrollen otras actuaciones que pretendan distraerle, sin conseguirlo."