Para mí, sin embargo, Hanna es una simple, en ningún momento me parece que el autor nos dé indicios de que posea un intelecto medianamente desarrollado, y, por supuesto, el hecho de que no aprendiera a leer y escribir en treinta y cinco años, hasta encontrarse con Michael, me hace abundar en esta idea. Incluso en el hecho de que respondiera con total sinceridad en el juicio, sin percatarse de que se estaba poniendo la soga en el cuello, más allá de que no quisiera dar a entender que no sabía leer, me hace sospechar que no tenía un cociente intelectual normal.
Hanna, por tanto, me parece simple, sí, pero no inocente. Pero, al mismo tiempo, no más culpable que muchos compatriotas que, con muchas más luces que ella, callaron y consintieron. Compatriotas que, además, la juzgaron y culparon a posteriori y que, con ello, no sé si pretendían acallar sus conciencias. Es un tema muy complejo, no sería capaz de mantener una mínima conversación sobre la culpabilidad, entre otras cosas porque no puedo estar seguro, nadie lo está, de cómo va a reaccionar en un momento dado, bajo la extraordinaria presión de acontecimientos como los vividos por la sociedad alemana durante la segunda guerra, con el holocausto judío de por medio. Pero el libro no va de eso.
En la relación con Hanna, no solo había sexo. Un muchacho de quince o dieciséis años es vulnerable, o, mejor, influenciable, pero tenía una gran defensa porque la distancia intelectual que había, que siempre hubo, entre él y ella es abismal, incluso a esa edad. Y él se enamoró, creció en experiencia, creció en su conocimiento de la vida en general, y no reparó nunca en la persona tan desvalida que estaba con él (¿cuántas personas repararon en ella a lo largo de su vida?). Michael le debía a Hanna, y así lo entiendo, los mejores momentos de su vida, hasta entonces, incluso diría que fueron los mejores meses de toda su existencia.
Ella se va por las razones que conocemos, y el muchacho rehace su vida. Y la encuentra al cabo de unos pocos años en una situación muy comprometida. ¡Y no se atreve siquiera a hablar con ella!, primera cobardía, para mí imperdonable, y no la única.
Y durante los años de prisión, el muchacho, ahora hombre, tampoco cree que tiene la obligación de hablar con ella, de intentar comprenderla. Para mí, cobarde y miserable. Y cree limpiar su conciencia (ni eso siquiera, su sentimiento de culpa es lo suficientemente difuso como para pensar que no se sentía culpable, que era otra cosa, acaso un ligerísimo sentimiento de gratitud, o menos incluso), enviándole ¡unas cintas!, para mí sigue siendo cobarde y miserable. Y solo se aviene a hablar con ella porque la alcaldesa de la prisión lo manda llamar, y se siente "obligado" a preparar su salida. También me hace daño cómo describe la que, a la postre, sería su última reunión con ella: el olor a vieja, a mí, me define al personaje que lo comenta.
En el 74% del libro (mardito Kindle), Michael dice: Ya no me molestaba que Hanna me hubiera abandonado, engañado y utilizado. Tampoco sentía la necesidad de hacer algo por ella...
Pues no, Michael, tú no fuiste la víctima, es más, has contado tu historia, solo tu punto de vista, y yo, sin embargo, estoy con Kate, digo con Hanna. Por cierto, y para terminar, grandísima Kate, grandísima, grandísima, es que es Hanna, es que en ella ví a la mujer desvalida, simple, ignorante, olvidada, que el libro no ha hecho sino confirmar.
Y otra cosa, ¿es posible que, como hombre, pueda tener un punto de vista diferente de una mujer al enjuiciar la relación de esta pareja en este libro?, y me pregunto ¿sería igual mi percepción si hubiera sido un hombre de treinta y cinco años con una muchacha de dieciséis?, ufff,