La oscuridad le envolvía, cuando despertó o tomó conciencia; también el silencio era casi un grito, de tan grande. Notó que apenas podía moverse, ni apenas respirar, pues el aire estaba enrarecido. Tocó las paredes mullidas y sedosas por arriba y a un lado y otro de donde yacía y, con una profunda sensación de frío, comprendió que le habían dado por muerto, que estaba enterrado, en un ataúd.