Encontré hace algún tiempo una colección de 282 novelas de bolsillo. Me refiero a las típicas novelas del oeste, policíacas o del espacio que tenían 96 páginas y se leían en una hora.
Las más famosas eran las de Marcial Lafuente Estefanía, un auténtico creador de best sellers (seguro que vendió más ejemplares de obras suyas que muchos autores de fama mundial de hoy día ), aunque a mí nunca me gustó su estilo, estilo que más tarde copiaron sus hijos, que continuaron con la tradición literaria familiar.
Pues bien, leyendo estas novelitas de encargo, he recordado aquellos tiempos de mi infancia, donde tenía poca pasta y muchas cosas en las que gastarla. Los libros para mí eran inaccesibles económicamente, pero las novelas del oeste fueron mi alimento literario en aquella época. Sumamente baratas, también había librerías en las que, a cambio de 100 pesetas, podías cambiar cuarenta o cincuenta de tus novelas ya leídas por otras de segunda mano.
Generalmente son relatos con una sola ambición, la de entretener durante una hora u hora y media, sin más pretensiones. Tras rimbombantes nombres anglosajones como George H. White, Frank Caudett, Lou Carrigan, Keith Luger o Silver Kane se ocultaban discretos artesanos de la máquina de escribir con nombres tan poco americanos como Pascual Enguídanos, Francisco González Ledesma, Miguel Oliveros Touan, Luis García Lecha, Antonio Vera Ramírez... . Su mayor mérito era condensar en unas 90 páginas diminutas una historia completa, y eran capaces de parir una de ellas en una sola semana e incluso menos.
La mayoría eran absoluta basura, nada extraño teniendo en cuenta que se trataba de trabajos meramente alimenticios y novelas que se parían a toda velocidad en circunstancias de trabajo bastante duras. Sin embargo, sería injusto no reconocer cómo nos gustaban de chavales, lo que disfrutábamos con ellas y el enorme hueco que llenaban desde los años 60 entre una población muy poco dada a leer algo que no fuera la prensa y poco más.
E, increíblemente, de vez en cuando se encontraba alguna joyita merecedora de algo mejor que una edición popular en formato pequeño y papel de mala calidad.
Recuerdo en especial una de ellas que llevaba por título "Sólo sé disparar" y cuyo protagonista tenía un carisma y una simpatía especiales. En especial había un pasaje apoteósico, donde unos destripaterrones le encontraban destrozado y medio muerto en el desierto y se lo llevaban a su granja para cuidarlo. En un momento dado, la mujer de la casa está contando a otro granjero las diversas heridas que tiene y la gravedad de las mismas. Algunas son realmente jodidas. En esto que el tipo despierta de su inconsciencia y dice:
- Señora, se le ha olvidado algo. También me aprietan las botas.
Recuerdo que de crío me meaba de la risa con esto.
Además del contenido, había veces en que las portadas eran todo un dechado de talento. Otras veces no, otras veces el portadista se limitaba a fusilar el cartel de una película y lo hacía con cuatro brochazos dados a toda prisa .
Sin embargo yo reivindico aquellas novelas y aquellos autores. Eran nuestros pulp castizos, dentro de sus limitaciones tenían su dignidad y, sobre todo, con humildad (nunca pretendieron ser más de lo que eran) nos dieron horas de entretenimiento e hicieron volar nuestra imaginación por cuatro perras.
Hace ya bastantes años que no veo esas novelas en los kioskos, si acaso alguna de Marcial Lafuente Estefanía (autor que ya he dicho que nunca me gustó).
Y hete aquí que un día me tropiezo con una sorpresa: los viejos autores de aquellas novelas tienen presencia en la red. Ellos también se han hecho internautas y nos cuentan su historia, de humildes trabajadores que nunca tuvieron ínfulas de estrellas a pesar de vender decenas de miles de ejemplares (no como otros autores actuales, que en cuanto consiguen algo de renombre ya nos cuelan cualquier bazofia pretendiendo hacerla pasar como obra maestra).
De la mayoría de ellos desconocía sus nombres auténticos, pero por ejemplo Silver Kane (Francisco González Ledesma) tiene un blog donde comenta sus andanzas por el mundo del papel. Ahora es un autor de obras "serias", pero no reniega de su etapa de novelista popular cuando escribía por encargo, y cuenta algunas cosillas de los entresijos de aquél tipo de trabajo.
Y otro descubrimiento que hice fue que mi autor favorito, Lou Carrigan (Antonio Vera Ramírez), también tiene su blog: http://www.loucarrigan.com/
No menor fue mi alegría cuando un día dí en un foro con la colección que comentaba antes de 282 novelas, o bolsilibros, como se les llamaba entonces (primero bolsilibros bruguera, luego pasaron a poder de Ediciones B. Daba igual, seguién siendo llamadas "novelas del oeste"... incluso las que no eran del oeste ). No solo eso, sino que tuve la inmensa suerte de que cuando comprobé las novelas que conformaban la colección, me encontré con que la gran mayoría de ellas eran de Lou Carrigan. Yo ya me esperaba que fueran todas o casi todas de Marcial Lafuente Estefanía, que habrían ido de cabeza a la papelera de reciclaje, pero no.
Y aquí me teneis, volviendo a disfrutar, gracias a mi Sony, de unas novelas que hace al menos 6 ó 7 años que no veo en ningún kiosko ni librería, que nunca ganarán premios ni pasarán a la posteridad de la literatura universal, pero que a mí me parecen deliciosos en su simpleza y su ingenuidad y que siguen siendo tremendamente divertidos.