La llamada entró diez minutos tarde. Hood convocó a Rodgers por el
speaker. Cuando Rodgers llegó y buscó un lugar donde sentarse, Manni estaba explicando en inglés las razones de su tardanza: Portugal acababa de pedir ayuda a las Naciones Unidas.
–
Hubo actos de violencia a lo largo de la frontera entre Salamanca y Zamora –dijo Manni.
Hood miró el mapa de su computadora. Salamanca se localizaba justo debajo de Zamora, al noroeste de España. Ambas regiones compartían aproximadamente doscientas millas de frontera con Portugal.
–La inquietud empezó hace unas tres horas, cuando
grupos anticastellanos organizaron una marcha de antorchas frente al Postigo de la Traición. En ese lugar fue asesinado el rey Sancho en el año 1072, junto a la muralla de la ciudad. Cuando la policía intentó dispersar a los manifestantes, éstos empezaron a arrojar botellas y piedras y la policía hizo varios disparos al aire. Alguien de la multitud devolvió los disparos y un oficial resultó herido.
Los policías son en su mayoria castellanos e inmediatamente se lanzaron contra los manifestantes... no como guardianes de la paz sino como castellanos.
–¿Con armas? –preguntó Hood.
–Temo que si –respondió Manni.
–Lo cual equivale a tirar un fósforo encendido sobre un escape de gas –dijo Steve Burkow, el sagaz asesor de Seguridad Nacional.
–Tiene razón, señor Burkow –dijo Manni–. Los motines se propagaron hacia el oeste, en dirección a Portugal, como una tormenta de fuego. La policía pidió ayuda a los militares de Madrid y en estos momentos la está recibiendo. Pero Lisboa teme que no puedan controlar los combates y quiere impedir por todos los medios que los refugiados crucen la frontera. Acaban de solicitar a las Naciones Unidas la creación de una zona–valla.
–¿Qué opina usted del pedido de Portugal, señor secretario general? –preguntó Carol Lanning.
–Me opongo –replicó Manni.
–No lo culpo –dijo Burkow–. Lisboa tiene ejército, fuerza aérea y armada. Puede hacerse cargo de sus asuntos.
–No, señor Burkow –dijo Manni–. No quiero
ningún ejército en la frontera. Posicionar una fuerza armada en la frontera equivaldria a legitimar la crisis. Equivaldria a reconocer que existe una crisis.
–¿Acaso no existe? –preguntó Lanning.
–Si, existe –admitió Manni–. Pero para millones de españoles la crisis está localizada. Es una cuestión provincial, no nacional o internacional. Y oficialmente todavia está bajo control. Si se enteran de que hay un ejército en la frontera –en cualquier frontera–, se generará un estado de confusión, falta de información fehaciente y pánico. Y la situación empeorará indefectiblemente, si cabe.
–Señor Manni –dijo Burkow con voz tensa–, todo eso parece demasiado académico. ¿Usted sabía que el primer ministro Aznar habló con el presidente Lawrence y solicitó presencia militar norteamericana en aguas territoriales españolas?
–Si–dijo Manni–, lo sabía. Ostensiblemente, los militares estarán alli para defender y evacuar turistas norteamericanos como censecuencia del asesinato.
–Ostensiblemente –coincidió Burkow.