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  • Fumar alarga la vida, por Seudómino

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  • Microdinopornorelato , por Yu Yü

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  • Vivir, comer... pecar, por Éire

    0 0%
  • Barrio antiguo, por Éire

    1 12.50%
  • Consecuencias de la reforma de mi casa, por Éire

    0 0%
  • ¡Qué sabrás tú de lágrimas!, por Éire

    0 0%
  • Estaba en otro sitio, por Fitechi

    0 0%
  • Velatorio, por Nine

    4 50.00%
  • Un mal trabajo, por Seudómino

    0 0%
  • Enramado, por Nina

    0 0%
  • Ausencia, por Nina

    0 0%
  • El cuaderno, por Seudómino

    0 0%
  • Amor platónico, por Virtual

    0 0%
  • Mi urólogo y yo, por Virtual

    0 0%
  • El día prometido, Anónimo

    0 0%
  • El sueño cumplido, por Rey de oros

    0 0%
  • Ellos, por Tacatá

    0 0%
  • Bichos, por Pamparel

    0 0%
  • Los pantalones, por Ripley

    1 12.50%
  • Roland Bou Vela, por Fitechi

    1 12.50%
  • Es tarde, demasiado tarde, por Virtual

    1 12.50%
  • Anuncios clasificados, por Virtual

    0 0%
  • El perfume, por Virtual

    0 0%
  • Los gusanos, por Charro

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Resultados 11 al 20 de 27

Tema: Votaciones para el concurso de relatos

  1. #11
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    Predeterminado Re: Votaciones para el concurso de relatos

    UN MAL TRABAJO

    - Yo nunca quise este trabajo. Jornadas inacabables, a deshoras, de aquí para allá todo el día, siempre viendo caras largas... Lo mío eran los prados, el olor de la hierba recién cortada, el trino de los pájaros surcando el cielo y el agradable cansancio de la tarea bien hecha... pero esto, esto es un sinvivir.
    - Tío, me estás matando.
    - No, si tú ya estás muerto. Venga, vámonos y no me pongas esa cara... que yo nunca quise este trabajo.
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  2. #12
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    Predeterminado Re: Votaciones para el concurso de relatos

    AUSENCIA

    Quizá pueda parecerte que mi casa es un nido vacío, pero no, no esta vacío, esta lleno de ausencias. Puedes pensar que es una paradoja, mas seguro que vas a entenderme.

    Es cierto, faltan los chicos pero ellos han tenido el buen gusto de no llevarse “todas sus cosas” en sus cuartos esperando su regreso permanecen sus libros, sus discos, los recuerdos de alguno de sus viajes, ropa y cuando vuelven siempre buscan algo que llevar y dejan cosas nuevas, la última novela, aquellas fotografías que un día prometió que traerían.

    En definitiva, en sus cuartos están ellos, huelen a ellos…, la casa esta llena, como si estuvieran en ella. Y mi corazón guarda sus esencias, la sonrisa de uno, los ojos decidores del otro, las bromas de cualquiera de ellos, los mimos, los besos y las caricias que me llenan en su ausencia y que es lo que cada mañana me hace ir a sus cuartos, levantar las persianas y pedirle a Dios que no les deje de su mano y les ayude en su caminar.
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  3. #13
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    Predeterminado Re: Votaciones para el concurso de relatos

    ENRAMADO

    La vista de un enramado me retrotrae a mi infancia. Nuestros padres en el verano nos llevaban a casa de la Abuela Paz, ella vivía en un pueblo de la meseta castellana, su casa durante las vacaciones se transformaba de tal manera que a sus amigos les parecía que vivíamos en una permanente revolución y así era ciertamente.

    Allí llegábamos como una plaga todos los nietos y la abuela ponía manos a la obra organizándonos inmediatamente.

    Los chicos con los hombres a obedecer y a hacer lo que les encargaran y las chicas a limpiar debajo del enramado y a colocar las sillas para sentarnos a coser con ella.

    ¡Que mañanas tan deliciosas! Allí la Abuela, una mujer menudita pero de gran carácter controlaba a sus chicas a las que cada verano enseñaba a hacer además de todo aquellas labores que debe saber hacer una mujer de su casa, aquellas otras que ella consideraba de adorno, bolillos, punto de cruz. ganchillo… etc. ¡Cuantas agujas perdíamos! y ¿dedales? incluso alguna tijera desaparecía sin movernos de nuestras sillas, pero no importaba siempre había repuesto, nunca se dejaba la tarea por falta de herramienta.
    Un buen día uno de los chicos se subió en lo alto del enramado y descubrió el nido de la urraca, tenía allí un auténtico tesoro compuesto de nuestros útiles de costura.

    Por la noche el enramado tomaba otra dimensión, después de la cena salíamos al patio a jugar y cuando ya agotados nos sentábamos en el enramado los chicos mayores narraban cuentos de miedo y según crecía la historia, crecían las sombras, los ruidos aumentaban y ya asustados no distinguíamos si lo que se oía era el arrullo de una paloma, o el gato al que alguno de nosotros habíamos pisado el rabo o si se trataba del mugido de una vaca, nuestro miedo nos iba encogiendo y pegando a la silla, era el momento que nos llamaban para ir a dormir.

    Cuando los pequeños desaparecíamos, el enramado tomaba otro papel en el teatro de la vida, se convertía en testigo mudo de los primeros amores, de las promesas veraniegas que cada año cambiaban de protagonistas, el único que nunca perdió su papel fue el enramado
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  4. #14
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    Predeterminado Re: Votaciones para el concurso de relatos

    EL CUADERNO

    Una gota de sudor nació en la sien de la mujer y descendió lentamente por la delicada línea de su mandíbula hasta la barbilla, donde se unió a una compañera y cayó sobre la pechera del uniforme. La mancha de humedad apenas creció.

    La nave se desplazaba a velocidad sublumínica mientras rastreaba el espacio con el transradar. Parecía que la suerte les había sonreído por una vez. Nada indicaba que les siguieran el rastro.
    La mujer se levantó del asiento del piloto, cruzó la sala de mando y se dirigió al recinto de congeladores a través del pasillo central. Se sentía sorprendentemente en calma y la alivió respirar el aire algo más limpio del pasillo.

    En el recinto de congeladores, o cubiteras como ellos las solían llamar, el caos era casi total y el aire volvía a estar contaminado. El incendio causado por el combate había arrasado la zona de rehabilitación y casi todas las unidades de animación suspendida. Parecía como si los impactos hubieran sido realizados con un fin concreto… Quizá esa era la razón por la que les había dejado atrás.

    Se dirigió a las dos únicas unidades que continuaban en funcionamiento. El rostro del hombre permanecía sereno y tranquilo al otro lado del cristal. Tenía una protección sobre el lado izquierdo del rostro y un muñón por encima del codo derecho. Apenas doce días atrás, había recibido en la cara el roce del disparo que le seccionó el brazo con el que trataba de cubrirse. El calor del haz de energía había cauterizado la herida y curaba bien, pero la región donde antes tenía el ojo se infectó y le había dado problemas. Por suerte, para cuando despertara, sus heridas habrían cicatrizado.

    Se limpió inconscientemente una lágrima y miró al niño que reposaba en el habitáculo de al lado. Tenía siete años y era más joven que la guerra. No conocía otra forma de vida. Era uno más en la misma situación que tantos y tantos otros, en tantos y tantos sistemas. Esperaba que en Arweg fuera diferente para él. Aunque eso ella no lo vería. Dos para tres no era suficiente.

    Apartó el pensamiento de su mente. Se besó la yema de los dedos, rozó con ellos el cristal que protegía el sueño de su hijo y giró sobre sus pies para volver a la sala de mando. Los impactos afectaron al sistema de salto del vehículo, lo que hacía imposible emplear la navegación instantánea con precisión. Había arriesgado tres saltos a través del espacio interestelar para acercarse lo suficiente al sistema de destino. El programa guía se mantenía operativo, por lo que, si el planeta estaba donde indicaban las coordenadas de contrabando, conseguirían llegar a Arweg en unos siete meses. Sin control preciso de salto no podría acercarse más al planeta en mil intentos, y antes se quedaría sin energía, o aparecería demasiado cerca de su sol. El problema era que, sin animación suspendida, ella no contaba con recursos para sobrevivir más de cien días...

    Miró hacia el exterior a través del panel frontal. Las estrellas devolvían su mirada con frialdad, ajenas a sus problemas, ocupadas como estaban en consumirse hasta su propia destrucción. Ya no las veía con fascinación ni romanticismo. Sólo sentía cansancio.

    Se peinó su pelo moreno hacia atrás con los dedos y lo recogió en una coleta baja con una goma. Suspirando, desvió la atención de la ventana y se acercó al asiento del navegador mientras se secaba el sudor de la barbilla con la manga en un gesto inconsciente. En la mesa de cálculo había un cuaderno de papel. Lo tomó y pasó las hojas manuscritas hasta llegar a la última. Releyó el párrafo del final, cogió el termolápiz, ajustó el grosor de trazo para escritura y siguió con su tarea. Tenía mucho que escribir y contaba con el resto de su vida para hacerlo.

    Pero tendría que darse prisa.

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  5. #15
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    Predeterminado Re: Votaciones para el concurso de relatos

    MI URÓLOGO Y YO

    Todos los hombres, tarde o temprano tenemos que pasar por el urólogo. Yo hasta ahora ni me lo planteaba, a pesar de tener unos plastas-amigos que siempre estaban con los típicos chistecitos y que si no hay que dejarlo, que al llegar a los cuarenta y tal y tal. Pues bueno, heme aquí esta misma mañana en la sala de espera del especialista en cuestión. He llegado con 15 minutos de adelanto. La televisión chirriaba los resultados y análisis de las elecciones. No me apetece. Que hartura ya, oyesss. Pues nada, saco un libro y me pongo a leer. Pues Freud. Pues no se que pasa que leo y leo y tengo que volver a empezar porque no me entero de nada. Paso páginas y páginas y no presto atención. Tengo la mente no se donde. Entonces miro a mí alrededor. Todas son personas de una avanzada edad. Y yo. Y yo allí. ¿Y yo aquí que coño hago?. Tranquilo. No pasa nada. Va a ser un momento y te vas a currar. Bueno. Freud. Pues “na” que no me entero. Pues en eso que aparece un caballero mayor. Mayor con garrota. Y una tía... ¡joder que tía!. Yo no soy de los que se “tiran” a las tías con la vista. Ni de los que me las quiero follar solo por estar buenas. Pero esa tía...Entonces se sienta a mi lado. Y su falda se levanta... y veo que lleva ligueros. Medias negras y ligeros. Joder!!!. A ver si me voy a empalmar ahora y me llaman. Joderrrr!!. Entonces ella le llama al viejo, “cariño”. Pero es que la tía debe de tener unos 25 y el tío unos 70. Maaadre míaaaa!. Yo quiero tener una tercera edad así. Y de repente me vienen cosas a la cabeza. Me invento un cuento –lo siento, yo soy así-. Me empiezo a inventar un cuento que no me sabía y sonrío. La tipa se conoce que me ve reír y me mira con cara de complicidad.


    No es el día de Freud. Voy a cambiar de libro. Tomo uno de filosofía. Pero la cosa sigue igual. Afortunadamente me llaman. Y entro...


    - Buenos días, que te trae por aquí?
    - Pues las ganas no, verá, recientemente me han realizados unos análisis de sangre y parece que tengo el PSA un poco alto... no se por qué me han pedido pruebas de próstata a mi edad y...
    El buen doctor –que no es joven, pero tampoco mayor- me hace preguntas relacionadas con mi salud en general, si me levanto a mear por la noches, alergias... esas cosas. No se por que pero nace entre los dos un buen rollo “especial” y hacemos algunas risas. De repente, a traición, me dice:
    - Pasa ahí, que vamos a hacer una exploración rectal.
    - Uh...mmm...? ¿cómooo?
    - Bájate el pantalón y el calzoncillo, ahí mismo.
    - Pepepe...ro, buenooo, mi doctora me dijo que esto, con una ecografía...
    - ¿Quién te dijo eso?
    - Mi doctoraaaa
    - En una ecografía no se ve una mierda. Venga pasa –entre risas-
    - Pero es que yo... soy virgen... vamos que quiero decir que con las tías, vale, si, pero con tíos... que mis prejuicios...
    En esto, la enfermera que estaba distraída confeccionando mi historial, levanta su vista por encima de sus gafas de vista cansada, me mira y sonríe. Y ya no despega la vista de mí. Unos 50 tacos, evidentemente, tampoco es un pibón.
    Resignado, me dirijo a “ahí”, que realmente es la misma estancia donde emerge una pequeña cortina que apenas tapa una especie de camilla-mutada en una máquina tipo elemento de tortura.
    Joder!,ahora entiendo a las tías y su repulsa de visitar al ginecólogo. No entiendo como la “fantasía sexual” de alguna amiga pueda ser hacerlo ahí, me recuerda a los nazis... campos de concentración... sus experimentos...


    - Súbete en ese escalón, bájate los pantalones, los calzoncillos y apoya los codos ahí.
    - Perooo, los guantessss, ponte los guantesss.
    - Jajaja. No, es que como estoy acostumbrado a viejetes pues, carne frescaaaa. Jajaja
    Se pone los guantes y me doy la vuelta. Procedo con la ropa, me pongo en posición y pienso... “mujer, ante tu eminente violación, relájate y disfruta...”
    - Pero saca más el culo, hombre. Más, más...
    En esto me giro un poco y veo a la enfermera que se lo está pasando en grande. Con una sonrisa de oreja a oreja y... ¡lo siento!. ¡Lo siento!. No sé si es un dedo, dos, la mano, el brazo, un especulo, o que... pero... lo siento, lo siento...
    - Ahora es cuando me dices eso de “yo también te quiero” –me dice-
    - Gozasss, vidaaaa –me atrevo a contestar-
    La enfermera se levanta, se acerca –y eso que de donde estaba se veía muy bien-
    - Doctor, necesita ayuda???
    - ...
    - En esta profesión, ¿no hay urólogas? –la pregunto mientras noto que la presión se desliza hasta que desaparece-
    - A veces, estas exploraciones las hago yo, pero hoy el doctor me tiene castigada. --Risas, mutuas y yo... también río porque no sé que hacer ni decir...-


    - Está un poco duro, no es normal a tu edad, así que voy a mandarte una cultivo y así nos quedamos tranquilos, “amor”. Además me gustará verte. Y ya sabes. Revisión anual... ¿vas mucho a mear?


    - Pues depende. Cuando no bebo agua, me puedo tirar prácticamente todo el día sin ir al baño. Si bebo más, pues voy más. Pero vamos...


    - Hombre claro, si a mi no se me empina, tampoco puedo penetrar


    Joder, no doy crédito. ¿Qué contesto a eso?. Pues nada, más risitas, y cuando me marcho no sé si le tengo que abrazar, darle un beso o la mano. Opto por lo último y le oigo decir “hasta pronto... mi amolll, jajaja”. A lo que contesto, “fue un placer...”
    Cuándo salgo, oigo quejarse a los pacientes que esperan que el urólogo este es “sieso” que no habla, que es muy serio... ¿¿?¿?¿?¿??!!!
    Miro a la chiquita del viejo, ella me mira, me pongo rojo –creo que ya lo estaba, pero aún más-, me guiña un ojo... y salgo corriendo a toda velocidad para el curro.


    De esto ya hace como unas seis horas, pero continúo notando el puto dedo –o lo que sea que metiera- ahí dentro. No sé si es dolor... que me he enamorado –no lo creo, por Dios-... o es gusto retenido... o es amor propio de “macho ibérico” ultrajado (el único tabú que no he podido superar es el de la repulsa a los hombres en el ámbito sexual)-... pero lo que no se es si la experiencia fue grata, horrible... o que coño!!!
    Lo que está claro que no es... es... para tanto... para escribir este “mamotreco”. Lo que no sé... es... si es que yo veo las cosas así, de una forma tan diferente como lo ven el resto de los mortales. Pero bueno. Para los aburridos, pues ya han pasado un rato.


    Un abrazo a todos y que os toque un buen urólogo –mejor una uróloga, claro-
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  6. #16
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    Predeterminado Re: Votaciones para el concurso de relatos

    AMOR PLATÓNICO

    Inmerso en mis pensamientos caminaba apresuradamente como es mi costumbre. Atravesaba un destartalado, medio salvaje y abandonado parque de un barrio obrero. El barrio de mi niñez. Un amigo de la infancia logró convencerme de asistir a la inauguración de un restaurante que iba a regentar. Hacía años que no pasaba por allí y la melancolía comenzó a embargarme.


    Improvisadamente, de entre unos matorrales, alguien se me abalanzó tan por sorpresa que instintivamente me asusté y di un pasa atrás. “¿Tienes fuego, corazón?”. Saqué mi Zippo del bolsillo y lo encendí sin soltarle. Ella, rodeó mis manos entre las suyas y encendió un Fortuna mientras yo la miraba. Mi corazón comenzó a bombear alocadamente y sentí cierto pánico. Estaba cambiada y muy deteriorada pero era ella...

    “Una mamada 20 pavos, cariño, ven, ven”. Tomó mi brazo y yo me dejé arrastrar hacia un viejo tresillo rojo totalmente destrozado que ocultaba la vegetación. Logré salir de mi atontamiento cuando hizo ademán de bajarme la cremallera del pantalón. Tomé sus manos entre las mías y las acaricié. Luego abarqué su cara con mis dedos y la miré a los ojos. Era ella, claro que era ella. “¿Qué pasa, no te gusto?, lo dejamos en 10 pavos, ¿vale?”. Su voz delataba un estado adormilado, autómata, desgarrador... colgada, estaba muy colgada...

    Saqué de la cartera 50 euros y se los di. En sus ojos me perdí y los recuerdos llegaron a borbotones. Me vi como en un sueño. De cuerpo entero. Como en una película. Yo no tendría más de 12 años. Ella sobre 17. Demasiada diferencia de edad.

    Yo iba contando las ganancias de mis canicas aquel día. Pensaba en que tendría que dejarme ganar de vez en cuando o nadie querría volver a jugar conmigo. Igual que con las peonzas, igual que...

    Entonces la vi. En mis recuerdos, su imagen lanzaba rayos de colores que se proyectaban desde ella hacia todas partes. Su blusa blanca marcaba unas protuberancias que jamás había notado hasta entonces en ninguna mujer. Su cortísima minifalda roja de tablas escocesas sugerían unos muslos perfectos en la ascensión de sus preciosas piernas. Y... se me cayeron al suelo más de 100 canicas que botaban en todas direcciones por el temblor de mis manos, de mis piernas, por lo acelerado de mi corazón. Fue la primera vez que me subieron los colores por una chica.

    Ella se acercó y yo creí morirme. Me sonrió y yo no tuve otra salida que salir corriendo de allí, asustado, dejando todo mi botín desparramado por doquier y en un gran estado de ansiedad por temor a lo desconocido, ¿qué me estaba pasando?, ¿quién era esa chica?, ¿qué tenía de especial?.

    No paré de correr hasta que no pude más. Me fui a casa con sumo cuidado de no volver a encontrármela. Pero algo en mi había cambiado. Dejé de interesarme por los juegos habituales y por los amigos. Jamás conté este episodio a nadie. Me dediqué a buscarla, seguir sus pasos, saber donde iba que es lo que hacía, pero siempre a cierta distancia para no ser visto. La excitación y la obsesión que me transmitía era tan fuerte como la vergüenza de afrontarla de cerca. Mil veces pensé hablar con ella, que decirla, como decírselo pero cuando la tenía a una cierta distancia, ante la posibilidad de que tan solo me viera era presa del más profundo pánico y desistía.

    A pesar de mi corta edad, la pasión el erotismo y el deseo aumentaba a medida que pasaba el tiempo. Ella se relacionaba con chic@s bastante más mayores. Acudía a fiestas y guateques en los que a mí me era imposible la entrada. No la conocí “novio” ni chico que la cortejara lo que incrementaba mis esperanzas. A la vez, espiando esos “saraos” observé los primeros besos y sobeteos robados entre sus amigos y comencé a asimilar las primeros apuntes sexuales de mi vida...

    “No tengo cambio”, me despertó una voz perdida y gangosa. “¿Quieres follarme?, déjame que me coloque un poco primero”. Mi dedo índice se depositó en sus labios en signo de pedir silencio y la besé en la frente a modo de despedida.

    “Oye, no te voy a pegar nada, estoy sana como una manzana... todos se mueren por follarme, tío, no seas raro, ¿es que no se te levanta?, déjame probar, soy buena... suelo estar por aquí, ven cuando quieras...” me decía mientras me alejaba. Una lágrima corrió por mi mejilla traicionando mi hombría. La verdad, no sé si fue por ella, por mí, por los dos, por la inocencia perdida, por la crudeza de la vida... pero yo no lloro. Los hombres no lloran.

    Tampoco conté nada a mi amigo pero él me notó raro, pensativo, melancólico, triste.

    Hoy casualmente termino de enterarme que ella murió ese mismo año. De Sida. Y quiero rendir un homenaje con esta historia real a todos los amores platónicos de cada uno de nosotros. Aunque como en este caso... nunca conté esta historia a nadie y sobre todo... nunca llegué a cruzar una palabra con ella, no hizo falta, todo fue magia. La magia del amor platónico...
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  7. #17
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    Predeterminado Re: Votaciones para el concurso de relatos

    EL DÍA PROMETIDO

    Nací en un mundo salvaje, lleno de animales sedientos de poder. En esta selva la única ley que importaba era la del más fuerte. Desgraciadamente, sólo era una oruga, un mísero bicho que puede ser aplastado fácilmente. Y además, era el alimento preferido de muchos. Mi débil cuerpo era deseado por aquellos que mandaban allá arriba. Muchas veces estuve presente mientras uno de mi especie era desgarrado sin misericordia alguna, veía cómo su carne se hacía trizas entre las garras de esas bestias. A diario vivía aterrorizada porque no sabía qué me iba a deparar el futuro, a lo que todos llamaban destino. No quería pensar ello, prefería ignorar lo que me iba a suceder, pero era consciente, no podía escapar. Desde pequeña me inculcaron que todo esto debía ser así. Yo estaba en el eslabón inferior, yo era la presa. Mis primeros recuerdos eran de un hogar diminuto en la rama de un árbol mustio cuyas hojas siempre estaban podridas. Era hija y hermana, de eso estaba segura, pero desconocía todo ello. Lo único que recordaba era abrir mis diminutos ojos y no ver nada, porque todo estaba oscuro. Los olores que nadaban en el aire eran pesados y desagradables, bajo mi cuerpo, lo único que palpaba era una corteza dura y de tacto áspero. Cuando salí al mundo exterior, la cosa no cambió mucho. Me encontraba bajo muchos árboles de gran tamaño que no dejaban llegar los rayos de luz al suelo, por lo que los alimentos de los que yo iba a disponer iban a ser escasos. Desde pequeña iba vagando de hoja en hoja y conocía a muchos otros pequeños animales. Todos me hablaban de aquellos que se encontraban por encima de las copas de los árboles. Poco a poco, mis conocimientos se iban unificando. De lo que me había dado cuenta era que yo no era nada, sólo una más en un mundo inmenso y cargaba conmigo muchas normas que debía cumplir. Me hablaron de los innombrables, eran aves majestuosas pero malvadas, se apoderaban de todo aquello que querían y nunca nadie se podía interponer. Nosotros teníamos que ser su alimento, debíamos intentar vivir nuestras vidas aun conociendo nuestro trágico final. Teníamos que seguir el orden de la naturaleza. Nosotros, los más insignificantes, luchábamos por sobrevivir. Me había de arrastrar por húmedas plantas en busca de alimento para subsistir hasta el momento en el que, por capricho de un ser al que todos alababan, mi destino me diera muerte con la única visión de un esbelto cuerpo cubierto por el plumaje teñido de la oscuridad que me aguarda.
    Conocía muchas cosas nuevas de este mundo, pero no entendía la causa. No entendía por qué mi futuro tenía que ser ese, por qué no era libre, por qué unos seres que no conocía iban a conducirme hacia la muerte de esa forma. Conocía las normas pero desconocía el motivo por el cual yo debía cumplirlas.
    En uno de mis viajes por aquella selva inmensa, me encontré con seres de mi misma especie. Me invitaron a formar parte de su pequeña comunidad. Tenían como lema que la unión hacía el poder, peor yo sólo veía un buffet para las abominables criaturas. Tras varios días viviendo con éstos, fui adaptándome a su forma de pensar. Acepté mi destino y dejé de pensar los motivos y las causas. Empecé a trabajar y a buscarme la comida como una más. Ayudaba en lo que podía y convivía como podía.

    Pasaron los años y mi vida era muy monótona, parecía un ciclo infinito en lo que todo se repetía una y otra vez, mis mañanas, tardes y noches eran simples “deja vu”. Hubo momentos en los que me sentía agotada, quería vivir, porque me sentía muerta, hacía lo que me mandaban pero no era lo que yo deseaba, no sentía vida dentro de mi cuerpo, era una esclava sin dueño, o eso creía.

    Un día, nos invitaron a una reunión dentro de un nido hecho con pelos, plumas y hojas secas. Estábamos todas reunidas y al frente, encima de una ramita, posaba un viejo oruga. Todos decían que él estuvo frente a esas caprichosas aves para negociar paz y protección para su especie. Él era nuestro salvador, o eso decían, y nunca llegaríamos a ser como él. Además, era muy generoso y no le importaba compartir su sabiduría con nosotros. Y eso es lo que intentaba hacer en ese momento.

    Empezó su discurso saludándonos cordialmente. Varias orugas cuchicheaban emocionadas, y otras orugas más jóvenes andaban mordisqueando las hojas secas. Tras el saludo, todos se callaron y un silencio frío ahogó la “sala”. El sabio dio paso a su discurso: “Queridos amigos y familiares, os he convocado hoy para informaros de las nuevas decisiones de aquellos que mandan allá arriba”. La “sala” volvió a alborotarse, todos temblaban al oír hablar sobre los majestuosos. Provocaban un miedo atroz en todos nosotros y era inevitable no pensar en la muerte siempre que se hablase de ellos. El sabio pidió silencio y siguió su discurso: “Amigos, amigos, cálmense. Les traigo muy buenas noticias, en realidad. Los monarcas me han proporcionado una oferta imposible de rechazar”. Empezó de nuevo el ajetreo en la sala, pero esta vez no era miedo, era una mezcla de alegría y curiosidad. Esta vez, mandaron a callar los guardaespaldas del sabio. El viejo oruga se acomodó, mojó un poco sus labios con saliva, pidió agua y se quedó en silencio, pensativo. Los demás empezaron a preocuparse. En ese momento pensé que algo nos escondía.

    El sabio se levantó de la ramita y se acercó a nosotros con una sombra que cubría toda su cara, parecía estar nervioso y pude notar que sus ojos lagrimeaban. Se paró en medio de todos, se sacudió la cabeza y dijo: “Sé que todos tenéis miedo de nuestro destino, sé que estáis cansados de ver cómo cada día muchos de vuestros parientes son devorados por nuestros amos, sé que pensáis que no lo podemos cambiar, y es verdad, así es. Pero, he pensado que si las muertes no se hicieran todos los días, nos dolería menos. Quiero decir…Los majestuosos piensan que es mejor si nos sacrificamos sólo un día a la semana. Lo haréis por vuestra propia voluntad, pero, si nadie cede, es posible que se utilice mano dura. El caso es que, todos los domingos, cada miembro de cada familia será sacrificado…” Todos en la “sala” se levantaron sollozando, el ruido era atroz, era una mezcla de llantos, gritos de almas desesperadas que pedían compasión, una salvación, rogaban por vivir, sólo querían disfrutar de ese regalo, de la vida. Los guardias personales empezaron a disolver la reunión golpeando a las orugas con una especie de armas hechas por ramitas con una piedra puntiaguda en la punta. Todos corrieron a sus casas, pero los sollozos y gritos no cesaron. El sabio gritó desde la rama donde se encontraba la sala de reuniones, “Nadie podrá negarse, es vuestro deber, es vuestro destino y no podéis escapar”.

    Pasaron los días y los sacrificios de los domingos se cumplían tal y como mandó el sabio. Nadie más en aquella especie de aldea volvió a sonreír, ahora las rutinas eran aún más pesadas. Sentía que vivía un infierno. No era la única que se sentía muerta en vida, todos empezaron a sentir las mismas miserables punzadas que golpeaban el corazón y que te hacían llorar sin querer.

    Cierta tarde de un cielo que no puedo ver, pero que imaginaba como todos los demás, empecé a deslizarme por la orilla de un río. Deseaba caerme accidentalmente, me gustaba la idea de morir de ese modo. Sería mucho mejor que morir entre el pico de una de esas malditas criaturas. Pero la idea del suicidio no me llenaba, no sería capaz, me enseñaron que estaba mal, que eso es controlar el destino y que sería una pecadora. A veces, cuando me ponía a pensar sobre las historias que me contaban mis maestros, historias recogidas en un tronco de un árbol que llamamos Chrona, que todos nuestros ancestros estuvieron escribiendo durante años y años, me reía a carcajadas por lo ridículo que me llegaban a sonar, pero no me atrevía a decírselo a nadie, seguramente me tacharían de traidora y me matarían ente todos.
    Las semanas siguieron pasando y todos los domingos se oían de nuevo los sollozos y los alaridos de las almas desesperadas. Yo no tenía familia, seguía siendo una oruga solitaria, pero la simple idea de ver esas situaciones me desgarraba el corazón, mi sangre vibraba y la sentía hervir, mi cuerpo temblaba y me sentía imponente, y como una cobarde salí corriendo.

    Cuando recuperé el sentido, me encontraba sentada encima de una piedra fría, varias mariquitas y hormigas me rodeaban. Seguí mirando a las hormigas, me fijé en cómo trabajan en equipo, en todo lo que habían construido, en cómo se protegían y se cuidaban la una a la otra. En ese momento me di cuenta de todo. Yo podría hacer lo mismo con mi aldea, nosotros podríamos hacerles frente a todos, si nos unimos contra ellos podríamos dar un paso. Pero eran mucho más fuertes, ellos volaban, vivían en lo alto de las copas de los árboles, surcaban los cielos y lo veían todo. ¿Qué podría hacer? Una simple y desdichada oruga. Intenté calmarme y pensar bien en lo que quería hacer. Tenía miedo de equivocarme, pero algo debía hacer. Recordé que desde un principio yo no me encontraba en el mismo sendero que todos. Mis ideas eran diferentes pero ellos me manipularon. Ahora, tenía la posibilidad de volver a retomar todas esas ideas e intentar responder a las preguntas que siempre me había hecho. ¿Por qué debíamos cumplir las órdenes de individuos ajenos? ¿Por qué se creían superiores a nosotros? ¿Por tener alas? ¿Por qué teníamos que aceptar ese destino, quién lo escribía? ¿Por qué no somos libres? ¿Por qué trabajamos para otros? ¿Por qué todos nos mandan y nadie nos da explicación alguna?

    Ese mismo día, volví a la aldea. Los sacrificios ya hacían acabado, la plaza se encontraba vacía, apenas algunas mujeres tendieron unas hojas y unas bellotas a secar. Me subí a una pequeña piedra y llamé a todos mis vecinos. Durante varias horas estuve haciéndoles esas preguntas y otras más. Todos quedaron boquiabiertos y confundidos en un principio. Luego empezaron las carcajadas y los comentarios ofensivos hacia mí. Pero no me rendí, seguí insistiendo. Exigía respuestas y nadie conseguía dármelas. Las mujeres empezaron a llorar, los hijos intentaban consolarlas. Muchos hombres me amenazaban para que me bajara y me fuera a mi casa. Yo no iba a ceder, necesitaba respuestas y no me iba a rendir hasta conseguirlas.
    Cansados, todos se sentaron y mantuvieron silencio. Estuvimos así largo rato y se volvieron a levantar en orden, uno tras otro. Conforme se iban levantando, iban formulando nuevas preguntas, nadie podía afirmar nada, pero al menos había conseguido hacerles pensar, dudar y buscar respuestas como yo. Estaba anocheciendo y decidimos retomar el tema a la mañana siguiente.

    Unos golpes en mi puerta me despertaron. Era un vecino, me dijo que todos me estaban esperando en la plaza, que el tema de ayer debía tener una conclusión. Y esa era mi intención, acabarlo. Estuve pensando en el tema durante toda la noche, y ya sabía la respuesta a todas esas preguntas.

    Llegué a la plaza, todos me miraban con ojos de esperanza, confusión, tristeza…rogaban compasión. Volví a subirme a la piedra y proseguí: “Os he vuelto a reunir aquí para daros la respuesta a todas vuestras dudas, os lo diré de manera muy breve, y espero que me entendáis. Nada importa, todo da igual, todo es mentira, esas órdenes, ese destino, esas teorías, esas historias, falso, todo falso.” Los vecinos se quedaron aún más confundidos, todos querían seguir preguntando, sentían que su cabeza iba a estallar, lo único que había hecho era provocarles más dudas. Nadie entendía que “Todo es mentira”. Carraspeé y pedí silencio, volví a alzar la voz, firme y clara: “No tenemos tiempo que perder preocupándonos por buscarles respuestas a esas preguntas. Os digo, señores, que todo lo que ellos no han estado metiendo en la cabeza es mentira, nada de eso es verdad, creedme. Lo que debemos hacer ahora es destruirlos. Nos han engañado, nos han manipulado, debemos cambiarlo todo.”

    Durante todos esos días, estuvimos planeando qué hacer para destruir el trono de la monarquía. Nos reunimos en pequeñas comunas y nos comentábamos las ideas. Surgían pensamientos revolucionarios y rebeldes, lo cual me llenaba de alegría, porque estábamos cambiando. Tras varias horas de reflexión, nos dimos cuenta de que nuestros débiles cuerpos no iban a conseguir ninguna victoria frente a los cuervos, debíamos usar nuestra mente. Sólo teníamos dos opciones, huir como cobardes o manipular a los cuervos. No sabíamos cuál escoger, así que decidimos cumplir las dos. Nos dividimos en dos grupos, uno iba a huir en busca de la libertad y otro, se plantaría frente a los majestuosos.
    Pocos días después, nos llegó la noticia de que los que simplemente querían huir habían sido devorados. Eso nos hizo comprender que no debíamos ignorar las fuerzas que nos controlaban, no podríamos ser libres simplemente huyendo.

    En una mañana fría y seca me levanté decidida para plantarle cara al rey de los cuervos, pero no podría conseguirlo, no tenía alas, no iba a conseguir nada, sólo era una simple oruga sin poder alguno. Pero mi corazón ansiaba esa libertad, tenía sed de libertad, lo deseaba, no quería seguir siendo una esclava de normas estúpidas.

    Empecé a deslizarme por el trono de un árbol con la intención de llegar a la copa, donde decían que estaba el castillo del rey de los cuervos. No sé cuánto tiempo pasó, pero se me hacía infinito. Estaba agotada y hambrienta. Me había alejado de las hojas del suelo y tampoco llegaba a las hojas de las ramas. No me quedaba más que seguir subiendo para sobrevivir.

    Cuando llegué a la copa, el ambiente era aún más oscuro, y el olor era horrible, encontraba pequeños trozos de animales muertos y no quería imaginar de qué podrían ser. Aguanté la respiración y profundicé en la copa del árbol donde cada vez olía peor. Llegué, era un nido inmenso, hecho de pelos, plumas, piel…era horrible. Tragué saliva y me adentré aún más. Con cada paso mi corazón se ajetreaba aún más, en pocos segundos me iba a encontrar frente a la muerte y seguramente, sería mi perdición.

    “¿Qué deseas pequeña oruga? No tengo hambre por lo que puedes volver por donde has venido.”, dijo una voz grave y siniestra. Carraspeé y tomé aire, iba a dar comienzo a una conversación con el rey de las tinieblas. Le dije que mi nombre es “Wenry” y que mis deseos eran los de hacerle varias preguntas que daban vueltas en mi cabeza. Sorprendentemente, me dio permiso. Comencé a mostrarle mis ideas, abrí mi mente hacia ese cuervo y él sólo parecía callar y escuchar. Sentía que mis palabras tenían poder, me sentía viva. Le exigí respuestas pero sólo me observaba por sus oscuros y saltones ojos. Cansada, le dije: “Todo esto es una mentira, nos controlas a tu placer y crees que no podemos pensar por nosotros mismos. Tú eres el que no existe, tú eres nada, eres una realidad falsa.” El cuervo estiró sus alas y se acercó a mí amenazante. Y dijo “No es mi culpa que tengáis una mentalidad de rebaño, vosotros os llevasteis por este camino, vosotros creísteis en mis palabras, vosotros os mentís, sois unos hipócritas.”. “Te equivocas”, le dije, “Hemos cambiado, no creemos en ti, se acabó tu poder.” El cuervo salió del nido e intentó mirar al cielo, pero no pudo, las ramas lo tapaban, y dijo “Sólo quería alcanzar ese mundo”. Me reí y me miró curioso, “No existe nada más que este mundo”. Se acercó a mí y me atrapó entre sus garras, ese era mi fin…Quiso volar y traspasar las ramas del árbol. Trágicamente, una rama le arrancó un ojo y cayó directamente al suelo, yo cerré los ojos y sentía que era mi fin junto al suyo.

    El cuervo no murió por el golpe, sus huesos eran huecos, pero no se quiso levantar, abrió sus garras y me liberó, me pidió que me acercara y me dijo: “Tienes razón”. El cuervo cerró los ojos y yo me posé en su pico. Ya no respiraba. Lo había conseguido, había acabado con esa mentira. De entre los arbustos empezaron a aparecer más orugas que se acercaban al cuervo que yacía bajo mí. Entonces le dije “Esta es nuestra hora, creemos nuestro mundo, ya somos libres”. Todos nos quedamos en silencio y una pequeña capa de pelusa empezó a rodearnos hasta que nos cubrió por completo. Pasados unos meses, el caparazón empezó a romperse, unas nuevas alas estaban asomando, era nuestra llave hacia la libertad.
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  8. #18
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    EL SUEÑO CUMPLIDO

    Tenía 17 cuando su padre le hizo llamar a su lecho de muerte. Allí sus palabras fueron duras pero esperanzadoras. Le dijo – no dejes que nadie te diga lo que tienes que hacer, nunca te rindas ante una adversidad ya que tú llegarás lejos. Sé una buena persona querida y respetada-. Su padre tenía la esperanza de que su único hijo llegara lejos y no dependiera de unas vacas y un carro para vivir. Samuel Gibson vivía en el seno de una familia afro-americana que vivía humildemente en un pequeño caserón, a las afueras de Kansas City, vendiendo la leche que producían sus vacas y con la cual ganaban algunos centavos.

    Pasados unos años mientras Samuel realizaba el reparto matinal vio un anuncio de la Armada Americana en el cual aparecía la cara de Abraham Lincon y debajo una frase que decía: “Te quiero para la Armada de los Estados Unidos de América” . Vio ahí su oportunidad ya que no tenía ningún tipo de estudios y si quería conseguir algo la Armada era un buen camino. Decidió alistarse al Ejército del Aire donde lucharía para llegar a ser el mejor paracaidista de la historia. Al mes siguiente y con mucho pesar salió de su casa en busca de una vida, en busca del triunfo. El 2 de enero de 1930 con 20 años de edad se subió al autobús que le cambiaría la vida por completo. El autobús estaba lleno de jóvenes radiantes de energía que se quedaron atónitos al ver entrar a un hombre de raza negra en el autobús.

    Al amanecer con una luz anaranjada que cegaba la vista llegó a la base de aérea de adiestramiento de la Amada después de un viaje incómodo y frío mientras escuchaba numerosos murmullos a sus espaldas. Bajó del autobús con miedo y se dirigió hacia el patio de armas donde les esperaba el Capitán Soup, un veterano de guerra frío y elitista el cual había conseguido muchos méritos militares en diferentes campañas. Silbó con fuerza y mandó a los soldados a formar. Cuando estaban todos en línea y firmes paseó lentamente observando detenidamente el rostro de cada uno de los jóvenes. Paró delante de Samuel con una cara arrogante y soltando una carcajada dijo – ¡Vaya si tenemos a un “tostadito”!-. Samuel permaneció quieto en su sitio en indiferente a sus palabras. El capitán añadió: - señoritas esto no es un campamento de verano ni unas vacaciones, esto será el peor periodo de vuestra asquerosa existencia- y se marchó con paso indiferente.

    Un sargento los condujo a los barracones donde tenían sus “aposentos”. Allí surgió el problema cuando todos los jóvenes se negaban a dormir junto a un negro. Se fueron marchando uno a uno hasta quedar Samuel solo con otro joven, Mark Price , un chico muy joven con buen porte y un cabello rizado , pues era el único que no tenía ningún tipo de problema con los negros.

    El primer día de instrucción fue duro, el Capitan Soup los levantó a las cinco de la mañana con un frío insoportable y en paños menores les hizo correr la pista del aeródromo veinte veces. Samuel cogió rápido la ventaja y cuando sus compañeros llevaban quince, él ya había terminado. Cuando paró de correr el Capitán le preguntó - ¿Por qué paras tostado?- Samuel respondió – Ya he terminado las 20 vueltas señor- el capitán añadió- bien hecho tostado, ahora da otras veinte más, los demás a la ducha y a comer-. Cansado por el esfuerzo Samuel llegó al comedor pero ya estaba cerrado, Mark le había guardado una manzana que se comió ansiosamente mientras los demás le comentaban lo buena que había sido la comida hoy.

    Samuel se mostraba indiferente y en la sesión de entrenamiento de la mañana siguiente volvió a correr las veinte vueltas sin desfallecer ni un solo segundo y siendo el más rápido de sus compañeros. El Capitán frustrado mandó que le diera otras treinta vueltas más, y sin mostrar ningún tipo de resentimiento siguió corriendo sin parar y sin bajar el ritmo mientras sus compañeros disfrutaban de una ducha caliente. Obviamente solo pudo comer la pieza de fruta que Mark le tenía reservada.

    Pasaron los días y todas las mañanas Samuel seguía siendo el más rápido corriendo en el aeródromo. Comenzó a ganarse el respeto de algunos de sus compañeros que veían que nunca se rendía ante nada ni nadie, y el odio de muchos de ellos pues no soportaban que un negro tuviera más coraje. Se sentía mejor consigo mismo y sabía que era capaz de correr hasta cien veces el aeródromo si fuera necesario. Sabía que el Capitán quería ponerlo a prueba para que se rindiera, y no iba a darle ese gusto y renunciar así a todo lo que creía.

    Comenzó el adiestramiento para combate de los soldados con interminables maniobras donde Samuel siempre era el que más trabajaba, el que más ayudaba , el más rápido en montar el equipo de paracaidismo sin ningún tipo de error, además de ser el que mejor blanco hacía en la prueba de tiro . Él siempre estaba por delante de todo el pelotón y consiguió permanecer cuarenta y ocho horas agazapado en la prueba de camuflaje, unas diez horas más que los demás.

    Soap comenzó a verlo como un problema pues él no quería que un negro se graduara en el la Academia Militar pero sabía que la prueba teórica, en la que los muchachos debían demostrar sus conocimientos de física y mecánica, Samuel no tendría ninguna oportunidad ya que no había ido a la escuela ni tenía ningún tipo de estudios.

    Se acercaba la última convocatoria y Samuel no había aprobado ninguno de los anteriores. Esto significaba que si no pasaba esta convocatoria no podría graduarse.

    En sus ratos libres mientras los demás salían a la ciudad a divertirse y a conocer chicas él se quedaba en la biblioteca con inmensos libros de aerodinámica pasando interminables horas de estudio. Tenía esa tensión de ir a contra reloj, pero en esos momentos se acordaba de las palabras de su padre y continuaba con más fuerza.

    Pasaron los días y llegó la fecha del examen. Soap sabía que el examen era por la tarde y tenía que asegurarse de que Samuel no llegara al examen fresco, por ello esa mañana le mando a correr las 100 vueltas dejándolo nuevamente sin comer. Después de esto Samuel estaba agotado y sin energía alguna. Comenzó el examen, millones de números y letras pasaban por su cabeza rápidamente mientras pensaba en una cama y una gran hamburguesa que saciasen sus necesidades, sabía que no podía rendirse ahora y comenzó a escribir y a recordar todo lo que había estudiado.


    A los pocos días salieron las notas. Esa noche no pudo dormir al no saber si sus esfuerzos habían merecido la pena. Miró al corcho y ahí estaba, en un papel recién impreso: Samuel Gibson apto. Se le salto una lágrima al ver que lo había conseguido.

    El Capitán estaba realmente impresionado de cómo el “tostadito” había conseguido pasar la prueba teórica y encima con una nota superior a la media.

    Solo faltaban unos meses para el día de la graduación cuando estaban realizando unas maniobras de salto a unos 4000 metros de altitud para aterrizar en la costa. Todos los muchachos estaban preparando el equipo sentados en los fríos bancos alargados que el avión tenía en la parte trasera. La maniobra consistía en realizar un salto de aproximación a la costa y nadar hasta conseguir llegar a tierra, una vez allí buscar el punto base y esperar órdenes. Estaban un poco asustados pues era invierno y una tormenta llegaba a la costa al mismo tiempo que ellos, pero no tardaron en empezar a saltar uno a uno. Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando abrieron la compuerta y un viento atroz les golpeó fuertemente, cuando llegó su turno tragó saliva y saltó con los ojos cerrados sin pensarlo. Notó como el aire gélido le daba fuertemente en la cara acompañado de la lluvia, sabía que a los 20 segundos de caída tenía que abrir el paracaídas y también sabía que no estaba cronometrando el tiempo así que tiró de la anilla fuertemente y noto como el paracaídas tiraba de él fuertemente. Cuando llegó al agua se desenganchó rápido el paracaídas y comenzó a nadar hacia el norte que marcaba su brújula pues según sus cálculos posteriores tendría que estar a un kilómetro de la costa aproximadamente. Mientras nadaba oyó una voz muy que gritaba aterrorizada pidiendo auxilio, paró de nadar y levantó la cabeza, a unos cien metros de él vio una bengala roja flotando en el agua y sin pensarlo comenzó a nadar rápidamente hacia allí. Encontró a Mark con un brazo roto e intentando flotar como podía, pues se le había quedado enganchado el brazo en una cuerda del paracaídas y se le había quebrado el radio y el cubito. Samuel estaba muy nervioso pues solo escuchaba los gritos desesperados de su amigo y el sonido del fuerte mar embravecido, pero lo desenganchó del paracaídas y lo cogió del pecho comenzando a nadar hacia el norte de nuevo. Tenía la sensación de no avanzar ni un solo metro pues todo estaba oscuro y la lluvia dificultaba aún más la visión, tenía los brazos y las piernas llenos de calambres y había tragado suficiente agua como para llenar una bañera. Le invadió una sensación de alivio cuando su pie toco la arena del fondo, sabía que lo había conseguido.

    Desde ese día de maniobras el Capitán se había dado cuenta de que el “tostadito” era un chico que merecía la pena y que había conseguido una hazaña heroica arriesgando su vida para salvar la de su amigo. Se ganó el respeto y la admiración de toda la base que aplaudieron su valentía.

    El 20 de mayo de 1940 fue un día inolvidable aunque tenía un poco de fiebre y nauseas. Vestido de blanco y con decisión subió al estrado donde el Soup le impuso la medalla de paracaidista de élite. Se sentía completo pues había conseguido una meta en la vida, sabía que su padre estaba orgulloso pero todavía podía conseguir más, su próxima meta era ser oficial.


    La fiebre y las náuseas del día anterior no cesaron y decidió ir a ver al médico de la base el cual lo envió al hospital de la ciudad. El 25 de mayo de 1940 le diagnosticaron cáncer de colon. Cayó en una profunda depresión y no quiso recibir ningún tipo de tratamiento, solo quería morir.

    Una noche tuvo un sueño en el cual vio a su padre llorando y se dio cuenta de que no se podía rendir ante esta enfermedad, tenía que luchar para vencerla y poder llegar a ser oficial del ejército.

    Comenzó a someterse a un tratamiento muy duro y radical que no le dejaba dormir ni una sola noche con los repetitivos vómitos y mareos. Dos años después el doctor le dijo que había evolucionado correctamente y que dentro de unos meses podría volver a ejercitarse para regresar a la base. Estuvo meses metido en el gimnasio recuperando la forma física y comenzó a realizar algunas maniobras sencillas en la base junto con su pelotón.

    El 1 de junio de 1944 fue llamado a combate para llegar a territorio francés por lo playa de Normandía. Llevaba mucho tiempo esperando entrar en combate, hasta ahora solo había realizado maniobras de simulación de combate. Sabía que iba a ser una misión dura y que difícilmente los alemanes lo dejaran con vida, pero el deber lo llamaba y mucha gente lo necesitaba.

    Su misión era aterrizar en territorio hostil y allí informar por radio de la situación de las líneas enemigas, además de encontrar un pelotón aliado para poder salir de allí. Era una noche oscura y desde el avión se escuchaban los disparos y las bombas estallando en tierra. Realizó un salto limpio y aterrizó en un pequeño bosque sumido en la más absoluta penumbra. Desengancho rápidamente su paracaídas pues la tela blanca enganchada en los árboles sí era visible para el enemigo, corrió hacia una posición elevada y allí se apostó. Desconecto la radio para que el enemigo no lo escuchase y monto su Henry Repeating calibre 22, solo se escuchaban disparos y explosiones lejanas que de vez en cuando iluminaban el cielo. Percibió un grupo de hombres que se aceraba a su posición, los escucho hablar en alemán entre ellos y cuando los tuvo a unos 10 metros abatió a los tres con 6 precisos disparos. El corazón le latía rápidamente y notaba como la adrenalina le corría por las venas. Fueron las seis horas más largas de su vida, hasta que amaneció y vio acercarse a un pelotón aliado, sabía que volvía a casa.

    Fue galardonado con la medalla al mérito militar, pues esos tres alemanes eran espías que iban a revelar la posición de las líneas americanas para que fueran bombardeadas. También fue ascendido a capitán y conoció a una gran mujer de la que se enamoró y con las cual tuvo varios hijos.

    Siempre pudo tirar la toalla pero luchó hasta el final por lo que quería con mucho esfuerzo y sufrimiento e hizo que su padre se sintiera orgulloso.
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    Bichos

    La mosca se estaba jugando su miserable vida. Era la tercera vez que me molestaba. Primero se había posado sobre mi pantorrilla; después, en el brazo diestro; y, ahora, acababa de cambiar de brazo. En las tres ocasiones me había producido ese típico y desagradable cosquilleo. Normalmente, a la tercera vez no aguanto más y me la cargo. Pero hoy me sentía generoso y decidí concederle una oportunidad más.

    No la aprovechó. Contemplé impasible cómo sobrevolaba mis piernas y acababa aterrizando sobre el muslo. Sin duda había llegado su hora, ya que tras muchos años de práctica en la caza de moscas he llegado a conseguir una maestría admirable. Acerqué mi mano derecha lentamente, hasta que quedó a unos quince centímetros del insecto y, con un movimiento rapidísimo, rozando la superficie del muslo, catapulté la mano hacia adelante, como si se tratara de la mortal lengua de un camaleón.

    Aunque, en general, uno no nota la presencia del insecto en su mano cerrada, la asidua práctica de la captura de la presa hace aventurar –con un altísimo porcentaje de acierto– el éxito o el fracaso de la tentativa. No fallé: la mosca estaba atrapada en mi mano. Me dirigí hacia una pared y, un par de metros antes de llegar a ella, lancé con fuerte impulso el contenido de la mano contra la dura superficie. El movimiento tiene que ser violento, ya que de lo contrario la mosca puede vencer la fuerza que la proyecta y remontar el vuelo. Normalmente, el impacto no causa la muerte del díptero, sino que lo deja malherido, en el suelo, incapaz de volver a volar. Uno tiene que decidir entonces entre rematar el bicho definitivamente o abandonarle a su suerte. En esta ocasión, elegí la segunda posibilidad, y me enfrasqué de nuevo en la lectura de la revista que había dejado sobre la mesa momentos antes, mientras realizaba la caza.

    Unos minutos después bajé la vista al suelo. Había entrado en escena un nuevo personaje: una hormiga. Ambos insectos mantenían una lucha encarnizada. La mosca, vivita y coleando, pero imposibilitada para elevarse en el aire, intentaba evitar que la feroz hormiga la atenazara con sus potentes mandíbulas. No lo consiguió. La hormiga logró asestar el decisivo mordisco, que hizo que la pugna se decantara de su lado, y comenzó a arrastrar a la mosca. Las fuerzas de ésta iban decreciendo por momentos. Al principio, a la hormiga le costaba un gran esfuerzo mover a su presa siquiera un centímetro, pero el tiempo corría en favor del presunto vencedor, y las pocas energías que le quedaban a la víctima no podían impedir que fuera acarreada por el suelo cada vez con mayor rapidez. Pese a ello, tardaron muchos minutos cazador y presa en recorrer los cinco o seis metros que separaban el punto donde se había iniciado la lucha de un montón de ladrillos, cerca del cual se encontraba presumiblemente el hormiguero donde iba a tener lugar el desenlace del trágico suceso. Salvó la hormiga con su carga el primer ladrillo y ambos insectos cayeron de nuevo a la arena. Entonces la hormiga pareció dudar. No se decidía a continuar su camino en una dirección determinada. Había perdido momentáneamente el sentido de la orientación necesario para regresar a su guarida. Transcurridos unos segundos de suspense, volvió sobre sus pasos e intentó ascender por la cara opuesta del ladrillo que anteriormente había franqueado. Esta vez le costó más. Las tres primeras intentonas fueron fallidas: cuando estaba a punto de coronar la casi lisa superficie del ladrillo, un paso en falso o una repentina reacción de la mosca le hacía caer al suelo. Por fin, en la cuarta ascensión, logró sus propósitos. Recorrió el canto del ladrillo y puso rumbo a un agujero que se encontraba a pocos centímetros de ella. Presumí que vencedor y vencido estaban ya decididos.

    Y, sin embargo, me equivoqué. Por el agujero del ladrillo asomó súbitamente la cabeza de una lagartija y se zampó a los dos.
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