Luchana, tu primera historia me ha traído a la cabeza otro momento vergonzoso mío que tenía olvidado.
Cuando estaba estudiando la carrera me sacaba unas pesetillas dando clases particulares a un par de niñas, hermanas y bastante borreguillas. Estas niñas vivían en la calle barquillo, quien sea de Madrid sabrá perfectamente dónde está, y Liberyd la conoce de sobra . Yo cogía el autobús Nº 34 para ir a mi casa, este autobús tiene su parada en la plaza de Cibeles, muy cerca de la calle barquillo. En la plaza de Cibeles tienen su parada muchísimos autobuses. Para llegar a las paradas existía entonces (ahora ya no) un paso subterráneo, para poder cruzar la plaza sin necesidad de esperar los semáforos. Desde el otro lado de la plaza ví como llegaba mi autobús y salí escopetada, crucé el paso subterráneo corriendo como una loca y me monté en el bus en el momento en que ya se iban a cerrar las puertas. Me quedé muy satisfecha de haberlo conseguido.
Me senté tan tranquila al lado de una chica y el bus comenzó su marcha. Al cabo de unos minutos me dí cuenta que no iba por el camino habitual, pero no le di importancia, pues sabía que por su recorrido oficial estaban haciendo obra y supuse que lo habían desviado. El caso es que no me sonaban de nada las calles por donde iba pasando, pero yo seguía allí sentada. Cada vez más mosca, eso sí.
Al final ya el mosqueo era mayúsculo, y le pregunté a la chica que iba a mi lado con toda la vergüenza del mundo: "Perdona, este es el 34 ¿verdad?". Y ella me contestó: "No, es el 10. Y esta es su última parada".
Así que me ví en un barrio de Madrid totalmente desconocido para mí. Ni la más remota idea de cómo llegar desde allí a mi casa. No me quedó otro remedio que volver a la plaza de Cibeles y desde allí coger, esta vez bien, el número 34.
Ya me temía que iba a tener que preguntar a mi mujer por momentos embarazosos míos; es lo que tiene ser positivo y sólo recordar lo agradable. Pero no, leyendo vuestros momentos me han venido a la memoria algunos míos.
El estudiar fuera de casa con pocos recursos, como me pasó con mis estudios universitarios, me convirtió en un gorrón. Era costumbre en Cáceres, donde estudié el primer curso de carrera, que en las salidas nocturnas la cerveza se consumiera por "sansones" (litro y tercio) o medidas aún mayores -las había hasta de 16 litros, creo recordar- y uno, siempre que podía, en el fragor de la juerga, se escaqueaba de pagar pero no de beber, pensando encima que nadie se daba cuenta. O aún peor, que se me permitía por mi labia y mi gracejo. Craso error.
En una de esas juergas, uno de la pandilla, que ya estaba bebidito, aprovechó una de mis salidas, muy probablemente fuera de tono, para decirme que era un payaso, un gorrón y que todos estaban hartos de pagarme las juergas. Miré a mi alrededor y nadie salió en mi defensa así que, muy merecidamente, deseé que en ese momento me tragara la tierra, cosa que no hizo. Cómo no sabía qué hacer, esperé hasta que nos fuéramos del sitio, me fui quedando atrás y me escabullí en cuanto pude. Nunca más salí con ellos y nunca más gorroneé. Cojonuda aunque dolorosa lección.
Tenía 17 años y estaba tumbado bocabajo tomando el sol y charlando en una piscina con una amiga de la que yo estaba enchochado pero que no me hacía caso (tónica general, por lo demás)
El caso es que ella se levantó y se lanzó al agua. En el camino hasta el borde el sol perfilaba su silueta llena de curvas que el bikini dejaba ver al completo.
Desde el agua me llamó para que fuera con ella.
Yo no pude levantarme en varios minutos (muchos) mientras rezaba varios padresnuestros y pedía que no se acercaran mis padres a saludarme.
Creo que fue el récord de perforación petrolífera sin herramientas del mundo....
Lo recuerdo con ternura, pero lo pasé fatal, fatal...
Hay tres tipos de personas: las que saben contar y las que no
Malo maloso... Ahora tendría yo que decir que ya sabemos quien pondría los entoldados. .
Bueno, ya de paso cuento otra de la época de universitario.
Para desplazarme a Cáceres por tren tenía dos posibilidades de recorrido diferente, ambas con transbordo, que utilizaba según la hora y el día en que viajaba. Uno de los trucos que utilizaba, con bastante éxito, era el de comprar billete hasta localidades anteriores a la del transbordo, pero posteriores al paso del revisor. En todo caso, si volvía a pasar, me hacía el dormido y nunca pasaba nada, hasta una vez.
En aquella ocasión el revisor al pasar se me quedó mirando con cara rara cuando vió la localidad de destino de mi billete, pero no dijo nada y yo no le di la mayor importancia. Justo al pasar la estación en la que me tenía que haber bajado, el hombre pasó por mi vagón y, viéndome dormido (que me lo hacía yo, vaya) me despertó (tuvo que insistir con varios golpes en el hombro, de lo pesado que era mi sueño ) diciéndome que me había pasado la estación y que debía bajarme en la siguiente. Claro, a mí me mataba bajarme en la siguiente pues nunca llegaría con tiempo al transbordo. Aduje no se qué excusa acerca de que nadie podría recogerme o que me venía fatal o vete a saber y que donde me venía bien bajarme era donde tenía que hacer el transbordo. Sonriendo con malicia me dijo que entonces debía pagar la demasía hasta allí y cuando le quise hacer recaer la culpa de no haberme despertado antes me dijo que bastante tenía con haberme despertado justo después, sin perder esa sonrisa que me hacía sentirme como un capullo redomado.
Al final pagué la diferencia y me dejó en paz. Se conoce que, o el tipo era de la zona, o sabía que alguien como yo no se bajaría nunca en aquella estación. Tan mal lo pasé que nunca más volví a tomar ese recorrido.
Jo, me has recordado algo muy similar, también embarazoso (nunca mejor dicho, pues guarda relación, obvia). Un amigo y yo fuimos más de una vez en coche por la Costa Brava, la Azul, la Riviera dei Fiori... Teníamos 21 años.
Nuestro principal objetivo era bucear (en apnea) y coger pulpos a mano. También estaba lo del (intento de) ligue, claro...
En Saint Tropez, el primer día (y el primer año que hicimos ese rally) que fuimos a bañarnos y bucear, nos metimos en la playa creo que se llamaba y quizás aún se llame Haití, sin saber que además, era nudista... Primero ver casi todas las mujeres (todas jóvenes, bellas; prohibirían la entrada a quienes no cumplieran esas condiciones) con sólo el pedacito de tela de la entrepierna..., después ver que alguna no llevaba ni esa telilla...
Hay que aclarar que: Entonces, en España, hombres y mujeres nos bañábamos casi con sotana. También casi seguro que ambos llevábamos Meybas (cortos, no tan largos como el famoso de Fraga, pero Meybas a la postre).
Nos tumbamos en la arena, cerca del agua (para no quemarnos), con nuestras aletas, gafas y snorkeles (¿esnórqueles?; los tubos, ¡vaya!) al lado, boca abajo los dos, apoyados en los codos, sin siquiera hablarnos, como quienes hubieran visto un OVNI y aliens saliendo de él... Y así nos tuvimos que quedar hasta que surgió un hueco notorio en el tránsito de señoras y señoritas y corrimos raudos al agua. Ya con ella a la cintura, nos colocamos aletas y demás y nadamos mar adentro, hacia los yates allí anclados y más allá... Gracias a que por debajo de los dos o tres metros, el agua (hasta la del Mediterráneo) está fría.
Por cierto: No sé si ese mismo día o en alguno posterior, cogimos (estaba dentro de una gran lata de pintura vacía, y a muy buena profundidad) el mayor pulpo que he tenido en las manos y visto en toda mi vida. No sé cuántos Kgs. pesaría, pero muchos, muchos; se lo dimos a la primera persona que dijo que lo quería (a pesar de tanto glamour, se ve que la gente cocinaba también todos los días ), aún vivo (aunque ya le habíamos vuelto el capuchón). (Para sacar un pulpo hasta la orilla, hay que dejarlo que se confíe y sujete relajado al pecho de uno, esperar a llegar al borde del mar, y ahí dejar que él se suelte -intentando volver a su medio- y entonces volverle el capuchón; si uno no lo hace así, con sus ventosas pueden dañar al buceador; y con su pico de loro ).
Asimismo, en el último baño antes de irnos a comer, nadando por la orilla sin perder de vista nuestros útiles de buceo, disfrutando de las olas, días hubo que hasta el salir del agua también resultó embarazoso.
Sigue una creo que bonita anécdota: En mi primera salida de España (era difícil hasta cruzarse con o ver otro coche español), cuando en un pueblito del Sudeste francés, vi a un chico y una chica que se estaba besando, tomándose su tiempo (en plan postal), en una plaza pública, un lugar concurrido; por supuesto, nadie protestaba y quien los miraba era con una sonrisa complaciente. En España, entonces, habrían acabado de seguro en algún calabozo, la inmoral pareja. Me apercibí entonces de lo atrasados que estábamos en eso del sexo; y por desgracia, no sólo en eso.
P.S. ¡Qué curioso, cómo uno olvida cosas así, recordándolas cuando otro cuenta algo similar. Vale.
-La cultura es el poso que resta, luego de olvidar cuanto leímos, cuanto aprendimos.
-No hay recuerdo que el tiempo no borre ni pena que la muerte no acabe. Miguel de Cervantes.
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O sea, que los montajes de tiendas de campaña ocurren igual en piscinas de pueblo que en playas paradisíacas del sudeste francés...
Va a ser que lo que conjura el alzamiento nacional no van a ser los paisajes sino las paisanas...
Si una magdalena propició un libro entero, lógico que una anécdota propicie otra...
Hay tres tipos de personas: las que saben contar y las que no