Y aparecieron ellos. Dos altas y macabras figuras, el cuero cosido a un rostro, la carne profanada por el metal. Dolor de dentro hacia fuera, de fuera hacia dentro. Extrañas ropas rituales manchadas de sanguinolento fluido.

Súbitamente se sintió envuelto por el olor penetrante del cuero, como si se hundiera en un acolchado sofá, gastado y antiguo. Un olor penetrante que se mezclaba con el también penetrante olor de la sangre coagulada, aroma dulzón y podrido que se coló hasta lo más profundo de sus pulmones.