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Sinopsis:
Manual básico para la utilización del DesaOgro
El DesaOgro sobreviene persiguiendo la estrategia siguiente: Uno (usted) se halla en el interior de una casa (quizá la suya) de la que sale muy poco (o mejor nunca), sólo para desaograrse (muy de tarde en tarde) y regresar.
Comido por esa habitación repleta de libros por leer y folios en blanco para manchar, transcurren las horas, los días radiantes de felicidad, el inamovible presente perpetuo repleto de esa dicha pasiva que sólo se advierte desde el ocaso de su pretérito (si esto significase algo). Hasta que el duende de la rutina hace sonar la tristeza de sus crótalos en el interior del tímpano ingenuo que nos gobierna dando voces (desactivación imposible).
Por qué no darse una vuelta… Salir a pasear las calles, observar gente, tomarse un café, leer la prensa caduca.
Así que uno (quizá usted) vuelve a caer en la trampa; una vez más (y se acabaron los paréntesis).
Es salir y saber de la equivocación un instante único y eterno. Pero seguimos. Guiados quizá por la inconsciencia contagiosa que nos rodea, comenzamos la peligrosa aventura; llevados de la mano abisal del infante que no logramos abortar de nuestro interior y que nos precipita hacia lo profundo de la selva.
El edificio de los futuribles se derrumba en contacto con el aire de lo real. Las calles rotas, todas; los seres que nos cruzamos, odiosos, casi ni personas; el café rancio y el lugar atestado de esos pequeños monstruos que fuman —cuando fumar se permitía— y se gritan al oído los unos a los otros. O peor, está vacío y de repente, a los cinco segundos cósmicos de sentarnos, se aparecen dos bestias que ante esa cantidad ingente de mesas libres se acomodan junto a la nuestra (hago uso del plural porque usted se viene conmigo, ya para siempre) y comienzan a reír a un volumen cegador, y a escupir palabras que nos ensordecen, como si nadie más que ellos habitase el planeta. (Y a pesar de lo prometido en relación a los paréntesis, no se vuelva a fiar de su Lázaro-Narrador; ¡jamás!).
¡Y la prensa! No olvide el periódico; siempre estrujado entre las garras de otro. Hasta que se libera sobre la barra y corremos como posesos hacia él, y en cuanto lo asimos entendemos, una vez más, que no se puede leer, porque como todo lo escrito que no es literatura (letra viva, letra que sangre), adormece más que despierta.
Así que uno (usted, por ejemplo, si no le parece mal) paga; se hace cobrar con toda la prisa con la que el señor narrador emprende retorno a zancadas de gigante, como apretado de vientre que desea evacuar una por una todas las letras contenidas en el estómago durante la fatídica expedición antes de caer envenenado sin alcanzar la taza del váter-pater-escatológico confesionario o antes de agarrar el trozo de papel o la máquina de escribir (si es que alguna queda con el rodillo intacto entre la marea de cadáveres con los que se adorna el enorme cementerio fósil de las obedecidas escribientes).
Penetramos la concha y juramos ya al cobijo de sus espiras no volver a salir, nunca más. ¡Nunca! Hasta la próxima ocasión en la que un desliz dramático debilite nuestro preciado sistema congruente y nos obligue a la incoherencia más racional.
Existe una única forma de desembarazarse de la sensación de estupidez; comenzar un DesaOgro. Es lo más parecido que conozco a hacer de vientre.
Les aconsejo su práctica, con toda honestidad.
Cedo el testigo.
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